Harley-Davidson o el valor de una leyenda

Mucho se ha escrito, y lo que queda, sobre la estrategia y el futuro de Harley-Davidson. Es comprensible el interés que despierta el devenir de una marca centenaria y legendaria, se trata de uno de esos nombres ineludibles en la industria de la motocicleta. Un privilegio que, sin embargo, no le garantiza inmunidad alguna frente a los vaivenes de una movilidad que no es que se encuentre en plena transformación, más bien afronta una revolución imparable.

Harley ha diseñado un plan que su presidente, Matthew Levatich, está dispuesto a llevar a cabo hasta sus últimas consecuencias como pilar fundamental no ya sólo para el crecimiento de la compañía, diría incluso que para su supervivencia. Ya escribí al respecto sobre el asunto hace un año en este mismo espacio, así que no pretendo reincidir en una cuestión ya tratada y que no ha cambiado en lo esencial en este tiempo, más allá de que el proyecto funciona a todo ritmo y sus primeras realidades se concretarán este mismo año (la esperada moto eléctrica LiveWire).

Lo que me ha invitado a una nueva reflexión sobre el asunto han sido los días que he pasado en el gran encuentro Harley-Davidson que se ha celebrado en Cascais (Portugal). Se trata una reunión convocada a nivel europeo por el club europeo de sus usuarios, los conocidos como HOG por sus siglas en inglés (Harley Owner Group). En la bella localidad costera se reunieron, según los organizadores, por encima de 30.000 motocicletas de la marca y 50.000 de sus seguidores. Más allá de la cifra, imagino que difícil de calcular con precisión, lo que sí que puedo asegurar es que el ambiente resultó sencillamente impresionante, emocionante me atrevería a decir.

Harley

Harlistas llegados desde toda Europa, algunos desde fuera continente, compartiendo la pasión por una marca que me resulta difícil atisbar con cualquier otro producto. Podría ser comparable con el fervor de los seguidores de los grandes clubes de fútbol, también quizá con grupos musicales míticos.

No diría que Ferrari no atrape del mismo modo a sus clientes (aunque en un número muy inferior por motivos económicos evidentes), ni tampoco negaría que los incondicionales de Apple tengan una identificación tan intensa con sus dispositivos (mucho más perecederos, sin duda). Pero lo de estos motoristas con sus Harley-Davidson me parece algo digno de estudio y desde luego que envidiable para cualquier empresa, de este sector u otro.

Cierto es que la edad media de estos apasionados estaba más cerca de los 50 que de los 40, un problema indiscutible para una compañía que debe mirar hacia el futuro. Sin embargo, me pareció esperanzador para Harley refrendar, porque no es la primera vez que me sorprende el fenómeno, hasta qué punto un cliente llega a asociar su experiencia, su imagen y casi diría que su vida con una marca. La clave del asunto reside en que si ya han sido capaces de conseguir esa relación con un determinado producto, ¿por qué no hacerlo de nuevo con otro diferente dirigido a otro tipo de usuario?

El valor de un nombre, de una tradición, de una experiencia y de un posicionamiento no debería caer en saco roto, es algo tan precioso que se tarda no años, sino décadas en conseguir y afianzar. Harley-Davidson es una marca conocida mundialmente y con un prestigio cimentado en cualidades que hacen únicas y diferentes a sus motocicletas, por lo que adaptar ese concepto a los formatos que requiere un entorno cambiante se antoja como la mejor solución para seguir adelante.

Debería, en definitiva, resultar indiferente el tipo de vehículos que fabriquen si son capaces de mantener ese enlace emocional con los clientes que han apalancado durante nada menos que 115 años. Una marca prestigiosa, aspiracional e incluso diría que simpática para la mayoría que ya tiene conquistado un territorio que tanto anhelan otros: la complicidad de sus incondicionales.

Viviendo lo que se vivió en Portugal estoy un poco más convencido de que superar con éxito el desafío quizá sea algo más sencillo de lo que podemos imaginar desde un cierto escepticismo que no deja ser razonable. El tiempo dirá si lo consiguen…

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