Durante las últimas semanas he estado implicado en varios procesos de adquisición de un coche nuevo. No para mí, claro está, sino intentando asesorar a familiares o amigos. Siendo ya bastante complicado elegir un determinado modelo (la oferta es vastísima, por fortuna para los compradores), el siguiente compromiso es encontrar el mejor precio posible para una inversión tan significativa en cualquier economía doméstica. Y es entonces cuando llega un lío más serio de lo que podríamos imaginar…
Recordemos que los precios que publican las marcas del sector en sus listados o en la publicidad son siempre recomendados, es decir, cada vendedor puede manejar estas tarifas base de acuerdo a sus necesidades comerciales puntuales. En lugares donde la red de distribución es escasa, generalmente fuera de las grandes ciudades, el margen de negociación suele ser mínimo. No se puede comparar demasiado (o nada) y tampoco pedir ofertas a diferentes concesionarios, excepto si el comprador decide desplazarse a otra localidad, provincia o incluso comunidad autónoma.
La experiencia personal a la que me refería al comienzo ha sido en Madrid, donde sí es posible recurrir a diferentes vendedores para aplicar aquel popular argumento de “busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo”. Sin duda que esta posibilidad es claramente ventajosa para los clientes, la competencia junto a la ley de la oferta y la demanda permite obtener muy a menudo condiciones más interesantes que las propias de las marcas.
Hasta aquí todo podría parecer perfecto. El comprador realiza un estudio de mercado, más o menos exhaustivo, y a partir de sus conclusiones toma una determinación. El problema llega cuando esas propuestas comerciales no son tan claras, especialmente para un profano en la materia, y además entran en escena elementos que complican la ecuación: disponibilidad de unidades, equipamiento, opcionales, fórmulas de financiación, pólizas de seguros, ampliaciones de garantía o mantenimiento, promociones de los fabricantes…
Así que no me extraña que sean muchos los que busquen algún conocido con el teórico cartel de entendido para ayudarles a deshacer el embrollo. Porque no es nada fácil, se lo aseguro. Llegan a existir diferencias significativas entre unos precios y otros, lo que insisto debe valorarse de forma favorable, lo preocupante es que a menudo la información que manejan los comerciales no es todo lo fiable que desearíamos, en ocasiones incluso resulta sesgada o interesada. El cliente deja de estar en el centro de la operación para priorizar deshacerse de una determinada unidad o empaquetarle unos servicios que quizá no precisa.
No pretendo con esto dudar de la honestidad o profesionalidad de los vendedores, ni muchos menos, entre otros motivos porque cualquier generalización en este sentido sería tan injusta como injustificable (individualmente se encuentra de todo, como en otros gremios). Simplemente creo que una asignatura pendiente del sector es una mayor clarificación de un proceso que entiendo no es sencillo, pero que se debería presentar ante el consumidor con una mayor transparencia.
Pese a mis recomendaciones, siempre con cautela, en varios de los casos que he mencionado el cliente ha cerrado la compra con la sensación de llevarse a casa el coche que le han vendido y no tanto el que necesitaba, incluso con una urgencia ridícula por el simple hecho de finiquitar cuanto antes un proceso que se estaba convirtiendo en un quebradero de cabeza.
Asumo, lo vuelvo a repetir, que se trata de una adquisición costosa y compleja, no postulo que comprar un automóvil sea tan sencillo como elegir los cereales para el desayuno en el súper (que tampoco lo es tanto con la variedad que encontramos en los estantes), sólo que también considero que el procedimiento debería evolucionar para que nadie salga de un concesionario con la vieja idea de que le están dando gato por libre. Porque casi con seguridad no será así, por lo que pensarlo es un síntoma inequívoco de que hay algo que solucionar al respecto.
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