Primero fueron las pantallas centrales y después la instrumentación. La digitalización de los automóviles es un hecho y ofrece al conductor una presentación interior bien diferente de la que se veía al volante hace apenas un lustro.
Los coches de última generación incluyen pantallas centrales táctiles que funcionan como un centro de control multimedia, y también instrumentaciones digitales, que permiten elegir entre diferentes diseños, visualizar los mapas del navegador, seleccionar la información que se quiere mostrar… Pero tienen también sus pegas, empezando porque se pagan aparte.
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En los modelos más grandes y exclusivos ya no hay elección, y casi todos vienen de serie con un cuadro de relojes informatizado. Es una evolución similar a la vista con los cambios automáticos, que en estos vehículos han desterrado por completo al manual tradicional.
Pero en los coches pequeños, compactos y medianos sí se puede optar todavía por ambos sistemas, al menos en la mayoría de propuestas. Estas son las ventajas e inconvenientes de cada alternativa.
Relojes analógicos
Para empezar, vienen de serie y no exigen pagar un sobrecoste. Pero no es solo un tema económico, también funcional, porque, a veces, los cuadros analógicos clásicos mejoran a los digitales modernos.
Hay dos razones. La primera, que les afecta menos la luz y los reflejos, por lo que casi siempre se ven con mayor claridad, tanto de día como de noche. Y la segunda, la posición física de las agujas (velocidad, revoluciones, depósito…) ayuda a interpretar la información con mayor rapidez, con la ventaja de que, generalmente, hay que apartar la vista de la carretera menos tiempo para saber, por ejemplo, cuánto combustible queda.
Su sencillez y robustez es otro punto a favor, porque funcionarán a lo largo de toda la vida útil del coche.
Cuadro digital
Son mucho más completos, porque pueden visualizar mayor cantidad de información y permiten además seleccionar diferentes diseños al gusto. Pero suelen ser una opción, con precios desde unos 400 euros en los modelos pequeños y compactos y de unos 600 en los medianos. Y en los más sofisticados llegan a 800.
Les afecta más la luz y los reflejos y, en función de los modelos y las presentaciones que ofrecen, hay datos que cuesta ver. Aunque la inmensa mayoría, entre los menús de visualización recogidos, incluyen uno que simula relojes analógicos clásicos.
Otra de sus ventajas es que permiten contemplar los mapas e indicadores del navegador, y así no hay que apartar la vista para ir mirando la pantalla central. Pero en este caso concreto, la información básica de conducción casi desaparece, y puede costar incluso ver la velocidad a la que se circula.
Además, la longevidad de los nuevos cuadros digitales es todavía una incógnita, porque no llevan el tiempo suficiente en el mercado como para comprobar su estado a los 10 años, por poner un supuesto.
La evolución, eso sí, es imparable y en otro lustro es probable que los cuadros con relojes digitales hayan prácticamente desaparecido, al igual que la palanca del freno de mano u otros sistemas tradicionales de los automóviles. Lo último ahora, el gadget más innovador, son las instrumentaciones digitales en 3D o con efecto de profundidad (foto inferior).
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