Ser dueño de un automóvil en Singapur es un privilegio reservado a quienes pueden permitirse un desembolso económico desorbitado. En un país donde la regulación de los vehículos es extremadamente estricta, el coste de adquisición y mantenimiento de un coche ha alcanzado niveles históricos, poniendo a prueba la capacidad financiera de la clase media.
Antes de siquiera pensar en comprar un coche, los ciudadanos de Singapur deben obtener un certificado de derecho de circulación (COE, por sus siglas en inglés), un permiso obligatorio que otorga el derecho a poseer un automóvil durante cinco o diez años. En la actualidad, el precio mínimo de este título ronda los 80.000 dólares (74.150 euros al cambio de hoy), una cifra que se dispara hasta los 98.200 euros para vehículos de mayor cilindrada. Estas tarifas han cuadruplicado su valor desde 2020.
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Solo para ricos
El coste del propio automóvil también es una carga difícil de asumir. Un Toyota Camry Hybrid, por ejemplo, alcanza los 170.000 euros en Singapur, mientras que en Europa el mismo modelo cuesta aproximadamente 44.000 euros. A esto se suman otros gastos como tasas de registro, impuestos y mantenimiento, lo que hace que muchos ciudadanos se replanteen la necesidad de tener un coche en un país con un sistema de transporte público altamente eficiente.
Por su parte, el mercado de segunda mano no es más barato. Así, un ciudadano que quiera adquirir un Kia Cerato (un modelo que ya dejó de venderse hace unos años en España) deberá desembolsar algo más de 22.000 euros por una unidad de 2008. En el mercado europeo, ese coche de ocasión está de media en unos 2.500 euros. Una familia singapurense, en promedio, tiene que ahorrar varios años solo para comprar un automóvil, a lo que hay que añadir las tarifas de registro y los impuestos. La media para un coche pequeño, es de unos 1.300 euros al mes de gasto.

Reducir el tráfico
El sistema de cuotas de Singapur se implementó en 1990 con el objetivo de reducir el tráfico y la contaminación. Aunque ha conseguido evitar los problemas de congestión de otras grandes ciudades del sudeste asiático, también ha limitado el acceso al automóvil para una gran parte de la población. Muchos ciudadanos optan por el transporte público o el uso de motocicletas, cuyo permiso es significativamente más asequible.
Los altos precios en los coches y las licencias para poder ser el propietario de un vehículo, contrastan con la alta calidad y eficiencia del transporte público. Por unos dos euros se puede recorrer la ciudad-estado de punta a punta. Para aquellos que prefieran la opción de conseguir una moto, deben saber que solo los certificados de derecho de circulación cuestan unos 7.500 euros, a lo que hay que añadir el precio de la motocicleta.

Muy pocos vehículos
Durante décadas, Singapur ha aplicado estrictas medidas para restringir la propiedad de automóviles, y los resultados son evidentes: solo hay alrededor de 13 vehículos de pasajeros por cada 100 habitantes, una cifra significativamente inferior a los más de 80 de Estados Unidos, los 73 de Italia o los algo más de 60 en España. Además, la cantidad de nuevos certificados de derecho disponibles está determinada por el número de automóviles retirados de circulación.
Mientras los altos costos siguen dificultando la compra de un vehículo, la realidad es que Singapur se mantiene como la ciudad más cara del mundo para los conductores. La decisión de poseer un coche se ha convertido en un símbolo de estatus, dejando en evidencia la brecha entre quienes pueden asumir estos gastos y quienes deben conformarse con alternativas más económicas.
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