10 siniestras leyendas urbanas sobre automóviles

El extraño mundo de las historias increíbles también tiene su espacio dedicado al mundo del motor.

Volga
Los coches negros tienen su propia historia truculenta, como en el caso de los Volga.

Historias más o menos truculentas que pretenden convencernos de que algunos coches encierran algo más que un motor, algunos viajes más que una aventura y algunos conductores más que ganas de disfrutar de la velocidad. La mayoría de ellas, en realidad, son actualizaciones de los mismos mitos y supersticiones que ya asustaban a los caminantes hace siglos. Otras tienen su origen en situaciones reales más o menos anecdóticas que han acabado deformándose y cogiendo vida propia. Pero todas, sin excepción, con una cosa en común: conectan con los miedos más íntimos y universales.

La moneda ladrona

Es uno de los últimos y más recientes bulos (hoax en lenguaje de Internet) que circulan por la Red. Consiste en una advertencia sobre un truco que los ladrones emplean para robar coches y que consiste, ni más ni menos, en una moneda colocada estratégicamente en el tirador de la puerta que propicia que esta no cierre del todo.

El truco es real y era, en efecto, empleado por los amigos de lo ajeno… ¡en los años cincuenta! En la actualidad, con los cierres centralizados es absolutamente imposible… y de muy fácil verificación, además: basta con intentarlo en nuestro coche para comprobar que no funciona y que, en muchos casos, ya ni siquiera hay tirador donde colocar la moneda.

El coche asesino sin conductor

La novela Christine de Stephen King y la adaptación al cine realizada por John Carpenter en 1983 popularizaron la leyenda del coche sin conductor que, cual instrumento del diablo, causa la desolación a su paso. Pero la leyenda moderna, y en la cual se inspiró King nace en 1978, a raíz de la actuación de la agente de policía de Bloomington (Illinois) Patty Jackson, cuando intentó apagar las luces de un Chevrolet del 78 aparentemente abandonado.

Según los periódicos locales, en cuanto la mujer puso la mano en la puerta del coche este arrancó por sí solo y comenzó a circular por el pueblo causando numerosos daños hasta que se estrelló contra un camión. En honor a la verdad hay que señalar que, aunque el vehículo fue analizado por la policía, nunca pudo darse una explicación al fenómeno.

La policía en el garaje

Todos hemos sonreído al escuchar la historia del conductor beodo que está tan bebido que ni siquiera se da cuenta de que intenta escapar de la policía conduciendo el coche patrulla y no su propio vehículo. Con sus diferentes versiones, es una de esas leyendas urbanas aparentemente inocentes pero extrañamente universal. La primera vez que se habló de ella fue en 1978 en Gran Bretaña, y desde entonces ha viajado tanto que prácticamente se cuenta en todo el mundo.

Parece ser que, efectivamente, en el Reino Unido tuvo lugar en aquel entonces el caso que ha dado pie a la historia (el mundo de los controles de alcoholemia merecería todo un libro) pero lo que es seguro es que no ha pasado tantas veces, en tantos países y en tantas circunstancias diferentes como asegura la leyenda.

Un fantasma en el parabrisas

Realmente no se trata de una leyenda sino de una absurda realidad… aunque tiene algo de sobrenatural. En Asia, la tradición de los Yurei, los demoníacos espectros femeninos, forma parte de lo absolutamente cotidiano y desde hace un par de años se han puesto de moda entre muchos conductores chinos y japoneses unos peculiares vinilos reflectantes que se pegan en el parabrisas posterior del automóvil y pasan inadvertidos a simple vista.

Sin embargo, por la noche,  cuando son iluminados desde atrás por los faros de otro coche, aparecen súbitamente en forma de una muy lograda imagen a tamaño natural de una terrorífica Yurei. La intención inicial era asustar a los conductores que se pegaban demasiado a la trasera del vehículo y podría parecer una ocurrencia infantil, pero lo cierto es que el efecto ha sido demoledor, ya se han producido numerosos accidentes y la policía ha tenido que tomar cartas en el asunto.

Yurei

Los espectros que no lo son…

El automóvil sin luces

De cuando en cuando vuelve a la vida la leyenda del coche sin luces conducido por unos desalmados que, por supuesto circulando por una carretera solitaria en una noche oscura, intentan hacerte perder el control de tu vehículo cuando les haces ráfagas o los adelantas. De hecho, a principios de 2005 la historia tomó tanta fuerza en las redes que incluso la Guardia Civil se vio obligada a intervenir para explicar que se trataba de un bulo.

Al margen de que, por imitación, algún perturbado haya querido recrearla en la vida real, lo cierto es que el mito nace en los años ochenta en Los Ángeles a raíz de un incidente protagonizado por bandas callejeras. En 1998 el suceso fue recogido en una película de serie B llamada justamente Urban Legend… y de allí al mundo. Pero la cosa viene incluso de más lejos; concretamente de la India, donde algunos conductores que se dirigen al sagrado templo Sai Baba aseguran desde la década de los treinta toparse con un motorista que les pide paso con insistentes y molestos toques de bocina y al que hay que dejar pasar si no se quiere sufrir un grave accidente.

El motorista samaritano

Otro indispensable absoluto es el del motorista anónimo que detiene su marcha para ayudar a un desconocido y al quitarse el casco como despedida resulta ser una importante personalidad. En España se la atribuimos a Juan Carlos I, Rey emérito, y parece que algo de verdad esconde la anécdota, pero también lo es que la historia del ‘buen samaritano real’ tiene varios siglos de antigüedad y es una versión actualizada de la leyenda del carruaje real: de su interior descendían para ayudar al pobre campesino desorientado desde el rey Ricardo Corazón de León a Napoleón Bonaparte, pasando por Carlos III, el emperador Federico el Grande o el mismo Papa Juan XXIII…, según el país en el que se cuente.

Motorista

La identidad de un motorista siempre puede ser misteriosa.

El misterioso coche negro

Existe numerosa literatura desde hace siglos sobre negros carruajes de la muerte al que la desdichada víctima se sube creyéndose por fin a salvo para descubrir que su destino es el infierno. En México, por ejemplo, se trata de un carro rojo guiado por cuatro bellas mujeres… En el siglo XX, la leyenda se actualiza y cobra fuerza en la Unión Soviética y los países del este sobre todo durante los años 30, en forma de un Gaz Volga de color negro con cristales oscuros que si se cruzaba en tu camino significa la muerte.

Obviamente la mala fama de los Volga negros nace de que eran los coches habitualmente empleados por el NKVD (la todopoderosa e implacable policía secreta de Stalin) y su llegada era siempre el preludio de la desaparición de algún desdichado. Los exiliados huidos del régimen estalinista crean, engrandecen y exportan el mito, el cual acaba afectando a cualquier coche negro que ofrezca una imagen lúgubre.

Huevos y limones

Un chaval gamberrete arroja un huevo contra un parabrisas; instantáneamente el conductor acciona los limpias… y aquello queda convertido (al mezclarse con el agua) en una gelatina pastosa que impide ver nada y obliga a detenerse para limpiarlo. En ese momento, obviamente, el automovilista será agredido o robado, según la gravedad de la narración, por unos desaprensivos.

Existe otra versión en la que los huevos son sustituidos por limones con clavos en su interior y lanzados a las ruedas e incluso una más en la que lo que se arroja al paso del vehículo son billetes… pero siempre con idéntico y desastroso resultado final para el conductor. Por supuesto resulta imposible afirmar que algún robo, en algún lugar, no se haya  producido a través de estas artimañas, pero son anecdóticos y en absoluto han generado una ola de delitos que tenga a la policía en un estado de alerta más alto del habitual.

El asesino del asiento trasero

Las leyendas urbanas por excelencia tienen que ver siempre con asesinatos nocturnos. Una de las más populares nos pone en la piel de una joven que, al volante de su automóvil, regresa a casa después de una noche de fiesta. Por el retrovisor se percata de que otro coche le sigue, le da las luces e intenta situarse a su altura mientras ella, asustada, aprieta el acelerador creyendo que se trata de un potencial violador.

La historia tiene un final feliz o dramático según pretenda el narrador, aunque la clave del asunto está en que el conductor del vehículo perseguidor lo que pretendía, en realidad, era advertir de que había alguien agazapado en el asiento trasero de su coche. El siniestro ocupante del asiento posterior es siempre un estupendo argumento para el terror…, pero nada más.

La chica de la curva

La guinda, a modo casi de homenaje, la merece el clásico entre los clásicos. La leyenda automovilística por antonomasia ha sido argumento de películas y de chistes…, pero sigue generando temor a recoger autoestopistas solitarias. Prácticamente universal, todas la culturas tienen su propia versión de la historia de la aparición que avisa post-mortem de un lugar peligroso de la carretera.

En la nuestra, la chica de la curva tiene incluso nombre y se llama Teresa Fidalgo, aunque la leyenda nació realmente en la Edad Media a raíz de las muchas historias milagrosas de viajeros que se adentraban por caminos peligrosos y aceptaban la compañía de una mujer misteriosa que desaparecía al llegar a destino. La acompañante resultaba ser la Virgen María, a cuya protección se habían encomendado los arrieros.

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