En apenas un año, la oferta de sistemas de frenado automático de emergencia en España se ha duplicado. Según un informe elaborado por ANFAC —la asociación nacional de fabricantes— para el grupo Bosch —principal suministrador de componentes para la industria del automóvil—, estos dispositivos de seguridad están ya presentes en 23 fabricantes diferentes y pueden montarse, como equipo de serie u opcional, en uno de cada tres automóviles nuevos. En la Unión Europea, su aplicación masiva en todos los vehículos podría evitar el 33% de los accidentes con heridos que se registran hoy en día, unos 350.000 al año.
Los sistemas de frenado automático de emergencia se dividen en dos grupos principales: los de ciudad y los de carretera. Los primeros resultan operativos hasta 30 km/h; están pensados para evitar atropellos y pequeños golpes, y pueden detener el coche por completo para impedir el percance. Los de carretera, en cambio, funcionan a velocidades superiores, pero, por impedimentos legales y de circulación, no pueden detener el coche por completo y actúan en varias fases. En primer lugar avisan al conductor para que reaccione; si no lo hace, empiezan a frenar parcialmente al mismo tiempo que le siguen alertando del peligro. Finalmente, cuando el accidente es inminente, frenan a fondo para reducir las consecuencias de la colisión.
Los dispositivos más sencillos tienen precios desde unos 250 euros y suelen utilizar láseres para controlar el entorno frontal. Sin embargo, no resultan tan eficaces como los más sofisticados, que se basan en radares y pueden costar más de 1.000 euros, habitualmente porque se venden en paquetes junto con otros dispositivos de protección.
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