El pasado 8 de mayo, poco después de las 10.30 de la mañana, el Ferrari 312 T4 de Gilles Villeneuve volvió a rugir en el circuito de Fiorano. Numerosos admiradores y nostálgicos se reunieron en la pista de Ferrari para disfrutar de ese momento mágico. Al volante iba Jacques Villeneuve, hijo del mito y a su vez campeón del mundo de fórmula 1. El acto fue organizado por Ferrari como homenaje al piloto en el 30º aniversario del accidente que le costó la vida. Allí estuvo toda la plana mayor de la empresa, pilotos incluidos. Tampoco faltaron quienes estuvieron más cerca de Gilles, como sus mecánicos, su viuda Joann y su hija Melanie.
¿Qué hacía tan especial a Gilles? A primera vista no parecía gran cosa, no llegaba al 1,60 y era más bajo que otros pilotos de su tiempo, como Mario Andretti, Jody Scheckter o Alan Jones. Pero lo que le faltaba de fuerza física lo suplía con talento y audacia. Era impredecible, y su mezcla de ímpetu y velocidad innata, única. Otros podían ser mejores para ir sumando puntos y ser campeones del mundo, pero ninguno podía hacer deslizar las ruedas de un monoplaza de fórmula 1 como él. Desde que su talento fue descubierto por James Hunt –quien le recomendó a McLaren– durante una carrera de Formula Atlantic en 1976, siempre fue así.
Tras debutar en la F1 con McLaren en Silverstone en 1977, se pasó a Ferrari para las dos carreras restantes, y ya nunca abandonó los coches rojos. Jamás sabremos si Gilles se hubiera hecho más calculador con el paso de los años, al estilo de Niki Lauda o Alain Prost. Pero parece improbable, porque era su crudeza lo que le hacía brillante, y durante sus cuatro años en Ferrari no suavizó sus formas.
Tres décadas después se le recuerda más por la manera en la que hizo las cosas que por lo que logró: seis brillantes victorias y el subcampeonato de 1979. Si usted aún no le admira métase en YouTube y escriba “Villeneuve Dijon 1979”. Su lucha con René Arnoux por la segunda posición en el podio está considerada el mejor duelo de la historia.
Gilles llegó segundo, pero lo hizo de una forma tan espectacular que nos olvidamos de quién ganó aquella carrera. “Nadie puede hacer milagros”, dice su rival Jacques Laffite, “pero con Gilles a veces te lo preguntabas. Dominaba el coche de una manera que nunca he vuelto a ver. Simplemente, podía hacer cosas que el resto de nosotros no podíamos”. Gilles no dejaba margen al error, y no hacía falta porque podía recuperar el coche en las situaciones más comprometidas.
Pero eso no incluía los problemas causados por fallos mecánicos o la presencia de otros coches más lentos en la trazada, lo que finalmente le costó la vida. Siempre conduciendo por instinto, Gilles buscó un hueco que no existía en el circuito de Zolder (Bélgica), y tras su toque con el March de Jochen Mass a unos 225 km/h, fue golpeando contra los guardarraíles como un muñeco de trapo. Murió seis horas después en el hospital de Lovaina, a la edad de 32 años.
Inmediatamente después de la tragedia ocurrió lo de siempre: unos dijeron que el Ferrari 126C no era lo suficientemente duro, otros que Mass no debía seguir pilotando un F1. Pero la mayoría se dio cuenta de que gran parte de la responsabilidad era de las tandas de clasificación, en las que los pilotos se veían forzados a asumir riesgos con los neumáticos muy gastados. Lo que está claro es que Gilles iba al límite, tratando de ser más rápido que su compañero Didier Pironi, y en aquellos tiempos la F1 era peligrosa de verdad.
La aplicación de la aerodinámica para pegar los coches al suelo había incrementado notablemente la velocidad de paso por curva, pero los niveles de protección no estaban a la altura. Los monoplazas se fabricaban en fino aluminio y los circuitos no tenían las amplias escapatorias de los trazados actuales. Tres carreras después de la muerte de Gilles, en el Gran Premio de Canadá, el joven Riccardo Paletti se mató en un accidente durante la salida, cuando su Osella golpeó el coche de Pironi. Era su primer Gran Premio. El propio Pironi resultó gravemente herido durante los entrenos del Gran Premio de Alemania. Se rompió las dos piernas y no pudo volver a ser competitivo en un F1, aunque en 1986 lo intentó. Un año después se mató en un accidente con una lancha de carreras.
Un factor fundamental que influyó en la actitud de Gilles el día de su accidente fue la rivalidad extrema con Pironi, fruto de un conflicto anterior. Durante la carrera de Imola ambos pilotos se fueron alterando en las dos primeras posiciones, hasta que un cartel desde boxes “slow” (despacio) hizo a Gilles ralentizar su marcha cuando iba en cabeza. Pero Didier le adelantó al final y a traición, lo que lógicamente enfadó muchísimo a Gilles. Por eso en Zolder quiso estar por delante de él a cualquier precio. Además fue impaciente, porque cuando Mass quiso apartarse para dejarle pasar, él ya se había lanzado hacia la derecha.
Si Villeneuve, Paletti o Pironi hubieran tenido sus accidentes en 2012, probablemente habrían salido andando del coche. Los pilotos siempre han tenido diferentes actitudes ante el riesgo. Jackie Stewart fue un pionero en reclamar más seguridad tras ver morir a varios de sus amigos, pero su actitud se valoró más con el paso de los años. Lauda o Schekter intentaron minimizar los riesgos. Gilles en cambio conocía los riesgos y le gustaba, su vida se desarrollaba alrededor del riesgo.
“Estaba completamente loco”, dijo Niki Lauda. “Cuando pensabas que estabas jugando demasiado con la suerte, sabías que Gilles siempre estaría dispuesto a ir más allá. Para él era un juego, y no tengo ninguna duda de que disfrutaba arriesgando”. Lauda también cuenta que una vez se despertó en medio de la noche con el ruido de un helicóptero aterrizando junto a su hotel. Estaba usando los focos para encontrar un sitio donde posarse. Por la mañana vio el helicóptero de Gilles en el jardín. “Fue una locura. No había más de tres metros de espacio libre alrededor de las palas. Completamente loco e ilegal, y además estaba sin combustible…”.
Desde que empezó a correr con motos de nieve en Canadá su indiferencia respecto al peligro fue uno de los factores que le hicieron ganarse al público. “Mi pasado está marcado por el dolor”, dijo Enzo Ferrari el día después de su muerte. Mi padre, madre, mi hijo, mi mujer –todos muertos–. Tengo muchos recuerdos tristes, pero cuando miro atrás y veo las caras de los que más quise, también veo la de ese gran hombre, Gilles Villeneuve”.
Enzo le adoraba, y siempre tuvo predilección por los pilotos más temerarios. Solía comparar a Gilles con el piloto a quien más admiró: Tazio Nuvolari. El año en que Gilles murió el campeón fue Keke Rosberg, quien recuerda su vuelta al circuito el lunes después la tragedia: “La multitud y los camiones se habían ido. Lo único que quedaba del fin de semana era el helicóptero, estaba donde Gilles lo había dejado. Paré mi coche y vi cómo el viento levantaba polvo y desperdicios que chocaban contra él. Me fui a casa y comencé a preparar la siguiente carrera. Eso es lo que uno hace en días así”.
Sigue toda la información de EL MOTOR desde Facebook, Twitter o Instagram