La batería de impuestos que soportan los carburantes hace que su precio suba al doble después de sumar los costes de la materia prima, los de distribución y el beneficio de las empresas petroleras. En concreto el gravamen supone un encarecimiento del 52% para la gasolina y del 48% para el gasóleo de automoción.
El primero y más gravoso de todos es el Impuesto Especial de Hidrocarburos, una cantidad fija que se aplica a cada litro de combustible (0,40 euros para la gasolina y 0,30 en el gasóleo). Le sigue el IVA (al tipo del 21%), común a casi todas las transacciones, que sube la factura en la gasolinera otros 0,20 céntimos cada litro de combustible.
Más información
Recaudación esencial
Pero la secuencia de impuestos no acaba aquí, ya que el usuario habitual de los carburantes más utilizados en automoción también tiene que pagar el llamado Impuesto sobre Ventas Minoristas del Estado, que añade otros, 2,4 céntimos por litro.
Aún hay más. La carga impositiva aumenta, y con el mismo motivo de la venta minorista, por el llamado céntimo sanitario, aplicado a discreción por cada Comunidad Autónoma (algunas no lo cobran), y que puede oscilar según cual entre 1,7 y 4,8 céntimos por litro. Una polémica carga impositiva con la que se pretende ayudar a las autonomías a financiar las competencias sanitarias transferidas.
La venta de carburantes se convierte así en una parte esencial para la financiación del Estado y las Comunidades Autónomas, recaudando anualmente en torno a los 20.000 millones de euros de los impuestos aplicados al sector.
Sigue toda la información de EL MOTOR desde Facebook, X o Instagram