Después de ver el vídeo todavía no sabemos si el chaval acabará siendo un drifter de pura cepa o aborreciendo los derrapes. Se le ve contento ayudando a su padre a cambiar las ruedas, pero una vez en el coche no deja de gritar, aunque también está haciendo muecas casi todo el rato, así que podría estar quedándose con nosotros. Sea como fuere, una terapia de choque como un castillo.
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