Si la semana pasada hablábamos del relevo que supone el GL respecto al ya clásico ML, hoy le toca a las versiones más potentes del modelo que, como es habitual en Mercedes, vienen de la mano de AMG: son los GLE 63 AMG y 63 AMG S.
El primero es el AMG ‘de acceso’ (si es que se puede considerar semejante bestia como tal) y monta un motor 5.5 V8 twin-turbo que entrega 557 CV a 5.750 rpm y un par máximo de 700 Nm entre las 1.1750 y las 5.500 rpm. El ‘S’ emplea el mismo propulsor, pero potenciado hasta los 585 CV y los 760 Nm de par. Ambas versiones emplean caja de cambios automática y sistema de tracción total AMG Performance 4MATIC (que reparte la fuerza un40:60 entre ambos ejes), con la que aceleran de 0 a 100 en 4,3 y 4,2 segundos respectivamente. Tienen limitada su velocidad máxima a 250 km/h (280 con el paquete AMG Driver’s Package) y homologan un consumo de 11,8 l/100 km.
Estéticamente es algo más vistoso que el GLE normal, pero no se excede en agresividad. Se aprecia a primera vista la característica parrilla con un solo listón doble, los paragolpes específicos, el diseño de las llantas, que pueden ser de 20 o 21 pulgadas; los faldones laterales en negro y el difusor trasero con dos salidas de escape dobles.
En el habitáculo cuenta con asientos deportivos AMG, pedales de aluminio, inserciones de fibra de carbono a los ancho del salpicadero, un volante achatado en la parte inferior y una instrumentación específica.
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Apasionado del motor desde pequeño, primero de las motos y después de los coches, con especial predilección por los modelos nipones. Lleva una década dedicándose al sector, formado primero en Autobild y desde entonces en el Grupo Prisa, probando todo lo que haga ruido... o no.