En plena Francia rural, donde el coche sigue siendo una herramienta imprescindible para el día a día, un pequeño municipio ha decidido replantear su relación con el automóvil.
En Pont-de-Barré, una localidad de apenas 300 habitantes situada en el sureste del país, una treintena de vecinos ha puesto en marcha una iniciativa tan sencilla como disruptiva: compartir un único coche entre ellos.
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El proyecto, impulsado por los propios residentes, se basa en un principio de ayuda mutua, confianza y sostenibilidad. El vehículo elegido es un veterano Citroën ZX, que ha pasado de ser un coche privado a convertirse en un recurso comunitario. No hay empresa detrás, ni plataforma digital, ni ánimo de lucro: solo un grupo de vecinos que ha decidido organizarse para reducir gastos y dependencia del vehículo individual.
El funcionamiento es tan simple como efectivo. Los usuarios pagan 25 céntimos por kilómetro recorrido, una cantidad destinada exclusivamente a cubrir el combustible, el mantenimiento y las reparaciones del coche. No existen cuotas fijas ni reservas complejas. Las llaves se guardan en el bar del pueblo, que actúa como punto de encuentro informal y símbolo de la confianza colectiva.

Una medida también ecológica
Más allá del ahorro económico (especialmente relevante en un contexto de precios elevados del carburante y del coste creciente de mantener un coche), la iniciativa tiene un claro componente medioambiental. Compartir vehículo reduce el número de coches en circulación, las emisiones asociadas y el consumo de recursos, algo especialmente significativo en zonas rurales donde el transporte público es escaso o inexistente.
Pero el impacto va más allá de lo económico o lo ecológico. Los impulsores del proyecto subrayan que el coche compartido ha reforzado los lazos sociales en el municipio. Compartir un bien tan personal como un automóvil obliga a coordinarse, hablar y confiar, recuperando una lógica comunitaria que se había ido diluyendo con el uso individual del coche.
El ejemplo de Pont-de-Barré demuestra que la movilidad sostenible no siempre pasa por grandes inversiones, electrificación masiva o complejas infraestructuras. A veces, basta con repensar el uso del coche y adaptarlo a las necesidades reales de una comunidad. En un momento en el que el debate sobre movilidad, emisiones y costes está más vivo que nunca, esta pequeña experiencia rural lanza un mensaje claro: otra forma de usar el coche es posible, incluso sin renunciar a él.
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