Cuando una marca forma parte de un grupo automovilístico, lo lógico es aprovechar las sinergias que se producen entre sus diversos componentes. En el caso de Fiat-Chrysler Automobiles, cuentan con un variado repertorio de marcas, conceptos y maneras de hacer coches, lo que permite, si se quiere, dar vida a criaturas de lo más pintorescas e impresionantes. Y, aunque no es raro ver a Dodge llevando al límite sus distintos modelos, transplantar sus entrañas de muscle car a otros formatos siempre llama la atención. Si además se trata del motor que emplean los brutales Charger y Challenger Hellcat, cualquiera que sea el nuevo receptáculo tiene todas las papeletas de convertirse en una máquina exagerada sobre ruedas. Y el resultado concreto es el Jeep Grand Cherokee Trackhawk.
El SUV recibe un bloque 6.2 V8 sobrealimentado que le otorga 717 CV de potencia, así como un par máximo de 875 Nm. Una transmisión Torqueflite de ocho marchas los digiere y envía a las cuatro ruedas (los muscle car son de propulsión) para lanzar al coche de 0 a 100 km/h en 3,5 segundos y permitirle alcanzar una velocidad máxima de 290 km/h limitada electrónicamente.
Con semejante aumento de potencia ha sido necesario reforzar muchos componentes mecánicos, así como añadir mejoras como el diferencial electrónico de deslizamiento limitado o los frenos firmados por Brembo, ocultos tras las llantas de 20 pulgadas, con discos autoventilados de 400 mm en las ruedas delanteras, más pequeños en las traseras, mordidos por pinzas de seis y cuatro pistones respectivamente.
Hasta ahora el Grand Cherokee más potente era el SRT con 475 CV y, a pesar de la diferencia de caballos, desde Chrysler han decidido que estéticamente no sean muy distintos entre sí, cambiando solo los antiniebla delanteros por entradas de aire y el escape doble por uno de cuatro salidas.
Sigue toda la información de EL MOTOR desde Facebook, X o Instagram