La foto viral de la Guardia Civil que explica cuándo se debe hacer caso a las señales

Algunos de los mensajes que reciben los conductores resultan contradictorios, pero están obligados a cumplir siempre el código de circulación.

Detalle de la imagen compartida en las redes sociales por la Guardia Civil. | Twitter

Aun cuando la razón les dicte lo contrario, los conductores deben seguir siempre las indicaciones de las señales. Incluso aunque “parezcan estar en contradicción con las normas de comportamiento en la circulación”. 

Como norma genérica, por tanto, el reglamento de circulación exige obediencia antes que raciocinio. Aun así, ese artículo anterior, el 132 del código, deja abierta una rendija al sentido común: las prescripciones de la señales deben seguirse “salvo circunstancias especiales que lo justifiquen”. 

El reglamento, sin embargo, no ofrece pistas respecto a esas circunstancias extraordinarias, de modo que cada cual deberá evaluar qué es especial y qué no. 

Y no lo es, aunque pudiera parecerlo, el ejemplo más socorrido: la necesidad de llegar con urgencia a un hospital o a un incendio. La normativa, en ese caso, sí explica el modo de proceder “si el conductor de un vehículo no prioritario se viera forzado […] a efectuar un servicio de los normalmente reservados a los prioritarios”, incluidos los de los bomberos.

Agitar un pañuelo por la ventanilla

Si ocurriera esto (“como consecuencia de circunstancias especialmente graves”, deja caer de nuevo el texto), lo apropiado es tocar el claxon, activar los cuatro intermitentes y agitar un pañuelo por la ventanilla. Con la obligación, aun en este supuesto, de “respetar las normas de circulación”. Y las señales.

Tampoco se considera una circunstancia especial el hecho de que dos señales indiquen lo contrario y el conductor no sepa bien qué hacer. En ese supuesto, el reglamento aclara las posibles dudas, como recuerda en un tuit reciente la Guardia Civil.

“En el caso de que las prescripciones indicadas por diferentes señales parezcan estar en contradicción entre sí, prevalecerá la prioritaria […]  o la más restrictiva, si se trata de señales del mismo tipo”, dice el artículo 133.

Ese mismo apartado señala el orden de prioridad de las señales: 

  • Señales y órdenes de los agentes de circulación.
  • Señalización circunstancial que modifique el régimen normal de utilización de la vía y señales de balizamiento fijo.
  • Semáforos. 
  • Señales verticales de circulación.
  • Marcas viales.

El cerebro al volante

Ponerse al volante exige demasiadas decisiones simultáneas como para distraerse pensando. “Para conducir, tenemos que tener íntegro el sistema motor, el sistema sensorial y después un montón de funciones cognitivas”, explica la neuróloga Susana Arias, miembro de la Unidad de Ictus del Hospital Clínico Universitario de Compostela.

Y Arias, impulsora del Manual de Neurología y Conducción, enumera unas cuantas: “La capacidad de atención sostenida, las funciones ejecutivas que nos ayuden a planificar una ruta o el funcionamiento de la memoria de trabajo para el reconocimiento de las señales”.

También deben estar en buen estado “el escaneo visual, la coordinación entre los ojos y la mano, la velocidad de procesamiento, la capacidad de adaptación y las funciones visoespaciales, para saber, por ejemplo, si en este hueco me cabe el coche. Conducir es un acto motor muy muy complejo”, concluye. 

El cerebro, en esas circunstancias, agradece saber a qué atenerse cuando ve una señal. El resto de los automovilistas se alegra de que la gente no se salga del carril y haga lo que se entiende que está bien.

“Respetamos las normas no para que no nos multen, sino porque las consideramos útiles para nuestra vida y nuestra convivencia”, explica Miguel Ángel Vallejo, catedrático de Terapia Cognitivo-Conductual de la UNED. Vallejo lo explicaba así a la revista Tráfico y Seguridad Vial cuando se publicó el estudio Xqincumplen (2018).

Más que por el temor a las multas, la conducta de los automovilistas está relacionada “con la existencia de modelos sociales de conductas adecuadas y con las propias convicciones morales acerca de lo que está bien y lo que está mal”, en palabras de Fernando Miró, catedrático de la Universidad Miguel Hernández, director del centro Crímina y uno de los autores del estudio.

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