Marilyn Monroe, el mito angustiado que encontraba consuelo en los coches

Hace 55 años, apareció muerta la mayor leyenda erótica de Hollywood: una estrella angustiada que sosegaba sus fantasmas personales conduciendo.

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Marilyn Monroe y su tercer marido, el dramaturgo Arthur Miller, en un Ford Thunderbird del 56.

Aunque una bellísima Marilyn Monroe cantaba en Los caballeros las prefieren rubias aquello de que “los diamantes son los mejores amigos de una chica” en realidad, fuera de la pantalla, la actriz prefería los automóviles a las joyas.

Sin duda, una de las facetas menos conocidas de Norma Jean Baker (el verdadero nombre de la ambición rubia) es que le encantaban los coches y llegó a poseer una nada despreciable flota de automóviles.

A medida que su vida se volvía más tormentosa e infeliz, ponerse ella misma al volante de uno de sus coches y conducir durante horas se convirtió en una de sus válvulas de escape preferidas… para disgusto de sus productores, a los que no hacía nada de gracia que una estrella, ya con reputación de inestable y depresiva, se lanzara a toda velocidad por la carretera.  

Y justamente por esa razón, y pese a disponer de infinidad de chóferes a su servicio en todo momento, Marilyn se preocupó siempre de mantener perfectamente al día su carnet de conducir de California con el número 35223569; sobre todo desde que en febrero de 1956 fuera multada por tenerlo caducado.

Una pequeña flota

En lo tocante estrictamente a sus gustos automovilísticos, Marilyn elegía sus coches más por estética, elegancia y confort que por prestaciones o marca. Era bastante ecléctica y lo mismo se enamoraba de un todoterreno que de un familiar o un deportivo.

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Repartidos entre sus casas de Los Ángeles, Nueva York y Connecticut llegó a tener más de medio centenar de vehículos, de los cuales únicamente han aparecido registrados a su nombre una docena porque los restantes iban documentados a través de un colaborador o fueron regalo de algún productor o de marcas comerciales.

Regalar automóviles era, y sigue siendo, una práctica habitual en Hollywood; bastaba una simple fotografía de Marilyn con un modelo determinado para que las ventas de este se dispararan, así que las marcas se los cedían encantados con la esperanza de que las cámaras la captaran con alguno de ellos.

Precisamente durante el rodaje de Vidas rebeldes a Marilyn le regalaron un Chrysler 300 convertible del 62 que le gustó tanto que quiso agradecer la atención con una exclusiva sesión de fotos que, paradojas del destino, se convertiría en la última llevada a cabo por el mito de Hollywood.

Claro que no siempre a Marilyn le fue tan fácil acceder a buenos coches. De hecho, su primer turismo fue de segunda mano y comprado a plazos. Se trataba un Ford Súper Deluxe Convertible del 48 de color rojo, por el que pagaba 50 dólares al mes.

Era bastante dinero para una época en la que el salario medio en Estados Unidos era de 150 dólares mensuales, pero Norma Jean Dougherty (Dougherty era el apellido de su primer marido) acababa de firmar un contrato como actriz de reparto con la Metro/Fox y esperaba poder costearlo con sus próximos trabajos.

Sin embargo, el estudio canceló sin previo aviso dicho contrato y Marilyn se encontró con que no tenía dinero para mantenerlo. Fue precisamente para evitar el embargo de su coquetón Ford por lo que Marilyn aceptó posar desnuda para el famoso calendario que, a la postre, la catapultaría a la fama.

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Poco después, ya con un renovado contrato como joven promesa de los estudios bajo el brazo y con la situación económica algo más desahogada, quiso darse el gustazo de comprarse un automóvil completamente nuevo y se hizo con un Pontiac Sedan Coupé Convertible del 50.

¡Ese maravilloso Cadillac!

Pero, sin ningún tipo de duda, el coche favorito de la estrella rubia fue siempre ‘su’ Cadillac Convertible del 54; un vehículo enorme, un mastodonte de 230 CV, brillante color negro y sin absolutamente ningún detalle femenino que Marilyn recibió como pago por su aparición en el show de Jack Benny.

Precisamente por eso, por ser un coche en el que nadie imaginaría a la frágil Marilyn Monroe, Norma Jean se sentía muy protegida en él. Le encantaba conducirlo y tuvo varios ejemplares, incluido uno que perteneció a Joe DiMaggio (su segundo marido) que se quedó tras su divorcio, y otro blanco y tapizado en rojo que solo usaba para llegar a los estrenos y grandes eventos y que se ha vuelto icónico.

En 1956 Marilyn se casó con el famoso escritor Arthur Miller, se trasladó a vivir a Nueva York y buscó un vehículo más discreto y apropiado para circular por la Gran Manzana. El elegido fue un Ford Thunderbird negro del 56 que a la actriz le gustaba porque era compacto, rápido y le permitía pasar inadvertida.

A la actriz le encantaba también el Jaguar descapotable de su marido y al principio se lo tomaba prestado, pero pronto dejó de hacerlo porque, según confesó, en ese coche se sentía vulnerable. Cuando Marilyn se divorció del dramaturgo y volvió a Los Ángeles, le regaló el Thunderbird a John Strasberg (el hijo de Lee Strasberg, su profesor de interpretación en el Actor’s Studio) por su 18 cumpleaños.

El ocaso de la estrella

Conducir en soledad se convirtió en una de las formas preferidas de Marilyn de liberar presión y sosegar sus fantasmas personales. Por supuesto no lo hacía por Los Ángeles, ya que su popularidad descomunal se lo impedía, pero se escapaba a menudo a un aislado bungalow en el desierto de Nevada, sin más compañía que su secretaria/ayudante o algún amante ocasional y un Land Rover Serie 1 personalizado que la actriz encargó directamente al fabricante británico y con el que recorría durante horas las solitarias carreteras.

Con el tiempo, en la medida que la depresión y la necesidad de fármacos comenzaron a pasar factura a sus reflejos, la pobre Norma Jean ya no era capaz de ponerse al volante de ninguno de sus coches. El 4 de agosto de 1962, pocas horas antes de su muerte, aún le pidió prestado a su asistente su modestísimo Dodge Custom Royal y sacó fuerzas de flaqueza para conducir durante un rato por las colinas que rodean Los Ángeles.

Fueron los últimos instantes de felicidad al volante de una chica a la que gustaban los coches y que solo quería que la amaran por ella misma… antes de convertirse en un mito.

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