El precio de los coches eléctricos se mantiene como uno de los principales inconvenientes para los automovilistas que quieren incorporarse a la movilidad sin emisiones. Si el ahorro en energía es evidente (incluso con las oscilaciones constantes del precio de la luz), el coste superior de un vehículo eléctrico frente a otro similar de combustión limita su crecimiento entre un gran número de usuarios.
Existe, sin embargo, otro factor económico favorable al automóvil a baterías, que es su mantenimiento. Y es que la mecánica de este tipo de vehículos es mucho más sencilla en lo que se refiere al motor y transmisión. Un propulsor térmico consta de miles de piezas sometidas a rozamientos y desgaste, propicias por tanto a una posible avería con el paso del tiempo y la utilización.
La propia estructura de estos motores exige de un mantenimiento periódico. Es cierto que los avances de la ingeniería y de los lubricantes distancia estos procesos, pero en todo caso el desgaste y el deterioro llegarán tarde o temprano a piezas como la correa de distribución, el embrague, algunas juntas, las bujías, engranajes, inyectores… Así que para empezar son obligadas las revisiones que retrasen lo máximo la posibilidad de tales incidencias.
Menos piezas y más electrónica
El motor eléctrico es, por definición, mucho más simple que el de combustión. Se trata de una tecnología ampliamente probada y fiable, aunque se encuentre en los albores de su generalización en la automoción, y no exige ningún tipo de mantenimiento especial.
Lo mismo ocurre con la transmisión monomarcha y conectada directamente con las ruedas, así como toda la electrónica que se encarga de la gestión integral de los sistemas: podrá fallar y exigirá actualización de software, pero difícilmente se arruinará salvo incidente o efecto externos como el agua.
Un elemento diferencial entre ambas mecánicas y también muy costoso (en algunos casos puede suponer hasta un tercio del precio total del vehículo) es la batería. Un componente que tan solo exige una serie de sencillos hábitos de utilización (similar que se aplica a otros dispositivos electrónicos, como los teléfonos móviles) para garantizar su vida útil y funcionamiento.
Con cargas lo más lentas posible, un margen de utilización entre el 20% y el 80% y evitando las descargas profundas y largas, la batería de un eléctrico no debería suponer, en general, mayores problemas para el usuario de uno de estos vehículos.
Es por ello que los fabricante ofrecen garantías amplias, con capacidades aseguradas en torno al 70% durante ocho o diez años y entre 160.000 y 200.000 kilómetros. Que soporten 3.000 ciclos de carga (es decir, casi una diaria durante una década) es algo más que frecuente…
Elementos comunes
Por supuesto que entre ambas tipologías existen elementos comunes, sometidos a desgaste y que definen el propio concepto de automóvil: llantas, neumáticos, frenos, amortiguadores, la batería de 12 voltios, los limpiaparabrisas, la carrocería, la pintura o los grupos ópticos.
Piezas que requieren de mantenimientos y sustituciones similares, aunque bien es cierto que, por definición y términos generales, el usuario de un eléctrico deberá realizar una conducción más eficiente que exigirá menos a estos elementos y retrasará su deterioro. En el caso del equipo de frenos, además, las funciones regenerativas y los sistemas de retención asociados permiten que el uso del pedal correspondiente resulte en muchas ocasiones incluso innecesario.
Con todo ello, el ahorro en el mantenimiento de un eléctrico es evidente, en porcentajes significativos que pueden llegar hasta el 75%. Un modelo compacto eléctrico medio exige un gasto durante 10 años (sin incluir consumibles como neumáticos, pastillas de freno o amortiguadores) de unos 1.500 euros, que llegan a los 4.000 euros en el caso del modelo correspondiente de gasolina y a los 5.000euros en el correspondiente diésel.
Las actuaciones son menos frecuentes en el caso de los vehículos sin emisiones y más baratas, con bastante estabilidad en el coste a lo largo del tiempo. Sin embargo, los modelos de combustión pasan más por al taller y algunas de las revisiones, aquellas que exigen mayores intervenciones sobre elementos internos del motor, resultan especialmente gravosas.
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Una vida sobre ruedas. De piloto (malo) de motocross a periodista deportivo en Diario AS, incluyendo una década en los grandes premios de MotoGP. Apasionado de los coches y las motos, en más de 30 años ha tenido el privilegio de probar unos cuantos cientos de unos y de otras. Ahora, subdirector en Prisa Motor.