Son dos consejos sencillos que permiten cuidar el turbo del coche, y que están al alcance de cualquier conductor. Primero, acelerar poco cuando el vehículo esté frío, recién arrancado; segundo, no apagar el propulsor de golpe tras haber recorrido muchos kilómetros, como sucede en un viaje al detenerse a repostar.
Si se aplican estas dos recomendaciones, con cierta regularidad a lo largo de los años de convivencia con el vehículo, el turbo no debería dar ningún problema y durar lo mismo que el resto del coche. Y así, se podrán evitar averías y costosas facturas de reparación, porque solucionar un problema relacionado con el sobrealimentador nunca sale barato.
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El turbo es un componente vital en cualquier automóvil moderno, porque lo llevan prácticamente todos los modelos del mercado, tanto si son de gasolina como de gasóleo.
Se trata de un elemento de alta ingeniería, porque llega a girar a más de 100.000 revoluciones y ponerse incandescente. Y con los citados consejos, se reduce al mínimo el riesgo de sufrir fallos.
Al arrancar: no pisar en frío
Con el coche recién arrancado, conviene acelerar con suavidad y cambiar de marcha a pocas revoluciones, tratando incluso de que el turbo no entre en acción. Su puesta en marcha se suele apreciar con claridad, en forma de un aumento de potencia que llega a partir de unas 1.800 revoluciones en los motores diésel y de unas 2.800 en los de gasolina.
El punto de inflexión, desde el que se puede empezar a conducir con normalidad, lo pone la temperatura del aceite, que es el líquido que se encarga de refrigerarlo. Pero pocos modelos muestran este dato en su cuadro de instrumentos. La solución: fijarse en la temperatura del agua, que sí la llevan casi todos.
El aceite tarda casi el doble que el agua en llegar a los 90 grados recomendados, por lo que si esta tarda, desde que se arranca, unos siete minutos en alcanzar la temperatura (depende del modelo), lo ideal sería aguantar otros cinco. Y este cuidado asegurará, a la larga, la máxima longevidad del componente.
Motor en banco de pruebas, con varios componentes al rojo vivo.
Al viajar: no apagar de golpe
La segunda recomendación básica. Al detenerse a repostar en un viaje, tras cientos de kilómetros recorridos, no apagar el coche de golpe. Detenerse en un lateral del área de servicio y aguardar unos 40 segundos (incluso un minuto) con el motor al ralentí. Y tras la pequeña parada, aproximarse al surtidor, apagar el motor y repostar con normalidad.
Así se da un respiro al turbo y al aceite, que durante ese lapso de tiempo irán enfriándose progresivamente, sin generar problemas por cambios bruscos de temperatura.
El sobrealimentador está ya incandescente y, si se apaga el motor de golpe, el aceite dejará de circular y se carbonizará al instante, creando residuos que son los que suelen producir la mayoría de averías.
El precio de la reparación
El coste de reparación de un turbo no suele ser barato. La pieza es poco accesible, requiere desmontar muchas otras y, al mismo tiempo, presenta precios elevados, por sus materiales resistentes y su precisión milimétrica de fabricación. Y, a no ser que se envíe a una empresa especializada, la solución habitual ante cualquier incidencia consiste en su sustitución por uno nuevo.
En coches pequeños, solucionar un problema con el turbo rondará los 1.000 euros; en los medianos subirá a 1.500 y en los más grandes puede superar incluso los 2.000. Aplique estos dos consejos y, más que probablemente, evitará estas siempre incómodas facturas, que se sumarán a las del mantenimiento habitual.
Cualquier motor de combustión funciona quemando una mezcla de aire y combustible. El turbo recupera parte de los gases de escape, que, tras enfriarlos, se vuelven a introducir en el propulsor, aumentando así la cantidad de aire y la potencia conseguida.
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