Hay coches que son mucho más que eso. Suena poco original, pero es cierto que algunos alcanzan la categoría de icono, representan un estilo de vida, sintetizan la pasión por el automóvil o se convierten en algo aspiracional. Tal calificación nunca es gratuita, su posicionamiento en el imaginario general se debe a razones por lo general solidas y solventes.
El Ford Bronco se encuentra entre ese grupo selecto. Un todoterreno típicamente americano que nació en 1966, se dejó de fabricar tres décadas después y ahora regresa a Europa respetando todo el legado del símbolo de un caballo encabritado. Por todo ello un vehículo que jamás provoca indiferencia, atrae la atención a su paso y, sobre todo, cumple con lo que prometen su tradición y su presente, hoy mucho más tecnológico y sofisticado que nunca. No podía ser de otra manera…
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Con el Bronco hay que empezar por una pregunta inevitable: ¿tiene sentido gastarse más de 90.000 euros para disfrutar de un auténtico 4×4? La respuesta puede ser tan sencilla o compleja como se planteen quienes se sientan atraídos por sus encantos. Lo fácil es decir que si se tiene esa capacidad económica, el coche no defraudará. La duda llega al intentar imaginar a alguien que ha gastado semejante cantidad de dinero llevando al límite, con todo lo que ello supone, un vehículo tan capaz fuera del asfalto como este Ford.
Se puede disfrutar, sin duda, de un todoterreno con mucho menos gasto y sin apenas preocupación. Aunque desde luego no con tanto estilo, exclusividad y facilidad gracias a la avanzada electrónica de gestión del Bronco.
Para economías saneadas, este Ford es un caramelito que nunca dejará mal sabor de boca, polivalente por sus correctísimas posibilidades dentro del asfalto y casi un vehículo de colección: el primer Bronco del siglo XXI, el más tecnológico y avanzado de la historia. Y nunca se sabe si será el último que podrá circular sin llevar alguna batería entre sus entrañas.
Un diseño intemporal
El último Bronco es fiel a la tradición del modelo y la inspiración en sus orígenes se antoja indiscutible. Su aspecto es imponente, uno de esos coches que impresionan pese a que no es tan grande como parece: mide 4,8 metros de longitud y, eso sí, casi dos de ancho y lo mismo de alto. Pasos de ruedas y paragolpes contribuyen del mismo modo a la contundencia de su aspecto.
Sus formas rectilíneas le otorgan ese cierto clasicismo tan valorado en creaciones de este estilo, mientras que en la parte superior, de la cintura de la carrocería hacia arriba, destaca las piezas negras desmontables que propician la posibilidad de la conducción a cielo abierto una vez que se retiren fácilmente. Las puertas, con cristales sin marco, también se pueden quitar, aunque en este caso su uso en España se limita legamente a fuera de las vías públicas.
Al acceder al habitáculo se debe tener en cuenta que es un coche carísimo…, pero también muy especial. No ofrece el ambiente de exquisitez o lujo de un SUV que se asoma al abismo de los 100.000 euros. El Bronco está bien rematado, tiene un equipamiento muy completo y suficientes asistentes a la conducción. Lo que no supone que siga siendo un todoterreno preparado para un uso intensivo.
El salpicadero, el volante, la gran pantalla de conectividad o los asientos de cuero con ajuste eléctrico y climatizados conviven con guanteras de puerta que son rejillas textiles, pulsadores cubiertos de goma para que soporten una limpieza con agua, los mandos de los elevalunas o de regulación de los retrovisores entre los asientos delanteros (una ubicación muy poco natural para su accionamiento) y algunos plásticos de tacto duro.
La habitabilidad tampoco es el punto fuerte del Bronco. No es que sea mala, solo que en un coche tan generoso en sus dimensiones se esperaría un espacio general algo más conseguido. Lo que menos convence es la anchura, sobre todo en las plazas posteriores, y que los asientos traseros no admitan ningún tipo de regulación.
Es un coche que invita a largos viajes por carretera buscando un lugar para empezar la aventura al abandonarla, así que esa configuración de la banqueta no es la ideal. Eso sí, su maletero cumple, tanto por su capacidad (562 litros con todas las plazas disponibles) como por una forma cuadrada que facilita aprovechar bien el espacio.
Un motor con mucho carácter
Ford no podía defraudar con la mecánica del nuevo Bronco. Una propuesta al estilo de la vieja escuela: seis cilindros en V, gasolina como combustible y nada de electrificación. Quien quiera pasear por las grandes ciudades con una ventajosa etiqueta medioambiental, seguro que encuentra alternativas mejores…
Este motor de 2,7 litros y turboalimentación entrega unos convincentes 334 CV de potencia y unos impresionantes 563 Nm de par, que llegan en principio a las ruedas posteriores a través de un cambio automático de 10 relaciones. Por supuesto, dispone de tracción total acoplable electrónicamente, reductoras y bloqueo de diferencial central y trasero.
Para gestionar todas estas posibilidades existen varios programas de conducción que se seleccionan de forma rápida y sencilla (aunque en algunos hay que detener el vehículo e insertar el punto muerto) a través de una rueda colocada en la consola central. En el caso de la versión Badlans, la más campera, son el Normal, Eco y Resbaladizo, en principio para carretera, y Arenas, Barro, Rocas y Deportivo para el uso fuera del asfalto.
Además, se puede desconectar la barra estabilizadora delantera, para ganar recorrido de suspensión en el campo, y existe un sistema que facilita los giros cerrados en tierra actuando sobre el freno de la rueda trasera interior. Otra funcionalidad interesante es el control de velocidad en campo, que mantiene el ritmo indicado por el usuario durante el recorrido sin necesidad de accionar el acelerador o el freno.
Un portento en el campo
Se puede concluir, por tanto, que el Ford Bronco es un coche atractivo a la vista, bien equipado, con un motor fascinante bajo el capó y mucha tecnología puesta al servicio de su utilización. Pero ¿en qué se traduce todo esto cuando se inicia la marcha? Pues en un resultado altamente convincente.
El Badlands (ya lo dice su nombre en inglés, tierras malas) está especialmente adaptado al uso fuera de carretera. Sus neumáticos y sus sistemas electrónicos convierten a este Bronco en una máquina altamente efectiva en la práctica del todoterreno, al menos dentro de los coches de serie.
Las suspensiones funcionan con enorme eficacia, mientras que existe siempre una combinación de tracción para superar casi cualquier obstáculo o zona de baja adherencia. Dispone de potencia a raudales, algo que también ayuda mucho en estos casos, y la electrónica la gestiona con eficacia en casi todo momento.
Cierto es que la inteligencia de las máquinas es incapaz de replicar cada circunstancia que se encuentra en un entorno tan cambiante como el campo. Una realidad que se aprecia en algunas imprecisiones en los programas, breves pero existentes.
También las reductoras podrían ser más cortas para colaborar en los fuertes descensos sin necesidad de exigir a los frenos, mientras que los ángulos de ataque y salida son buenos para un coche de serie, pero incomparables con los que se consiguen en las preparaciones todoterreno.
En todo caso, jugando con las múltiples opciones disponibles, además de con la presión de los neumáticos, el Bronco Badlands tiene un límite altísimo fuera del asfalto, muy por encima de las necesidades habituales de un usuario medio.
Otra cosa es que el feliz propietario de esta joya sobre ruedas tolere, sin demasiados sobresaltos, someter a un uso intensivo a su flamante adquisición: arañazos en la carrocería, impactos en los parachoques, golpes en las llantas… Porque verse condicionado por todo ello sería un auténtico desperdicio teniendo en cuenta todo lo que puede hacer este coche.
Más cercano a un SUV
Por mucho que el Bronco se use en campo, será mayor su utilización en carretera. Y Ford ha decidido que en este entorno su todoterreno haga honor a tal denominación y cumpla con buena nota. Su tacto y comportamiento está más cerca de un moderno SUV que de un tosco 4×4, una cualidad que agradecerán su conductor y los acompañantes en el momento de afrontar un largo viaje.
El rendimiento del motor es sobrado para circular a buen ritmo en autovía y moverse con agilidad en carreteras secundarias. En estas últimas conviene tener en cuenta la masa y el peso del vehículo, una precaución mínima que permitirá rodar con seguridad y consistencia en todo tipo de trazado. La suspensión delantera independiente contribuye a ello, frente a la solución de doble eje rígido de algunos de sus competidores de segmento.
Es un placer escuchar subir de vueltas el motor V6, con un sonido contenido que no resulta para nada molesto en el habitáculo. No se puede decir lo mismo de los ruidos aerodinámicos, que son frecuentes y de diferente origen, de manera especial cuando la carrocería es azotada por el viento. La dirección se confía a un sistema de cremallera, así que tiene un tacto y sensibilidad comparables a la de un SUV moderno.
Lo que tiene mal arreglo, en carretera o campo, es que el encanto de su propulsor no se traduzca en unos consumos preocupantes para los bolsillos menos holgados. Mucha potencia, muchos kilos y exigencias elevadas dan como resultado un gasto de los que ya son poco frecuentes.
En autovía a ritmo mantenido, dependiendo de la orografía, el promedio está entre los 13 y 15 litros a los 100 kilómetros; si se tiene la osadía de llevar al Bronco a la ciudad, ver los 18 litros de media en el marcador tampoco es extraño.
Y no acaba ahí la cosa. Lo realmente gastón en estos coches es la circulación por campo, a baja velocidad, con aceleraciones fuertes, paradas constantes, cambios de ritmo, pérdidas de adherencia con giro de las ruedas en vacío… El peor escenario para esperar austeridad del V6, que empieza a beber de manera insaciable hasta superar los 25 litros por cada 100 kilómetros recorridos en todoterreno.
Aunque esa misma voracidad es parte del encanto de un coche como este. Si alguien se gasta 91.695 euros en un Ford Bronco Badlans no debería pararse mucho a pensar cuándo le va a tocar volver a llenar el depósito y cuánto le va a costar.
En ese paraíso de una cuenta corriente apuntalada sobre cimientos bien sólidos, el gasto se entiende que pasa a un segundo plano porque lo importante es disfrutar de lo mucho y bueno que puede ofrecer este purasangre desbocado.
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