Los todocamino siguen de moda. Ya saben, esos coches con aspecto de todoterreno pero que en realidad no lo son, puesto que están concebidos para moverse por la carretera y poco más. Y los modelos compactos, los no demasiado grandes, triunfan incluso más en el mercado español. Y a ambas características se ciñe con fidelidad el Mazda CX-5, así que tiene argumentos sobrados para convertirse en una de las referencias de este segmento.
Para empezar, es un coche atractivo a la vista. Sigue la tendencia de diseño Kodo, un estilo que la marca japonesa aplica en sus creaciones más modernas y que supone todo un acierto: con líneas equilibradas y dinámicas consiguen carrocerías cargadas de elegancia pero también rebosantes de dinamismo.
El interior exhibe el ADN de Mazda, es decir, calidad incuestionable pero sin alardes en los acabados. Los materiales y sus ajusten satisfacen las expectativas, aunque en lo que sin duda sobresale el CX-5 es en su equipamiento, al menos en la versión Luxury que en España se ofrece sin sobrecargo para el cliente: climatizador bizona, arranque por botón, navegador con pantalla táctil de siete pulgadas, cámara de visión trasera, volante y pomo de la palanca de cambios en piel, aviso de cambio involuntario de carril, detector de fatiga, sistema de asistencia a la frenada trasera…
La motorización más indicada para un coche de este planteamiento es la turbodiésel de 2.2 litros que está disponible en varias potencias; la de nuestra unidad de pruebas era de 150 CV y lo cierto es que cumple sobradamente, tanto en cuanto a prestaciones como a consumos; se complementa con una caja de cambios manual de seis relaciones y la tracción delantera, aunque en la gama existe la opción del 4×4, que no parece imprescindible para el enfoque del CX-5.
Decimos esto porque puede salir del asfalto pero no es lo ideal, su terreno natural es la ciudad (dimensiones ajustadas con sus 4,5 metros de longitud) y la carretera. Allí se desenvuelve con la soltura y solvencia de un turismo convencional, de hecho sólo la posición de conducción más elevada nos lleva a recordar que estamos en un todocamino.
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