Los antiguos romanos fueron conocidos por sus grandes obras de ingeniería y arquitectura. Es a ellos a quienes hay que agradecer las primeras redes de carreteras, creadas con gran precisión y con una visión global.
Todos los caminos llevan a Roma, dice el dicho, y no es una forma de hablar. La red de carreteras del Imperio romano estaba diseñada de manera que las calzadas estuvieran conectadas con las principales ciudades y permitieran llegar de una a otra de manera rápida y eficaz.
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Las carreteras romanas, además, estaban construidas con gran tino. Se edificaban por estratos y estaban pensadas para durar en el tiempo con poco mantenimiento. Tanto que, hoy en día, todavía se puede pasear por alguna de ellas. Por ejemplo, en Roma, la Appia Antica es un trozo de la llamada Vía Appia. Con miles de años de antigüedad, está todavía intacta. Es más, algunas de las principales carreteras nacionales que recorren Italia toman como base las antiguas calzadas romanas.
Obviamente, los descendientes de Rómulo y Remo también pensaron en la circulación nocturna. De hecho, en las calzadas romanas se pueden encontrar señales reflectantes que ayudaban a los viajeron a ver el camino por la noche. ¿Cómo es posible, si estas carreteras datan del años 312 a.C.?
‘Ojos de tigre’ en las carreteras romanas
Estas curiosas señales reflectantes que decoran las calzadas romanas son, realmente, pequeñas piedras incrustadas entre las grandes losas que hacían de último estrato de pavimento. Estas piezas eran también conocidas como ‘ojos de tigre’.
La composición y el aspecto de estas piedrecitas facilitaban que estas reflejaran la luz de la luna cuando era de noche. Así, los que transitaban las carreteras podían ver estos ‘ojos de tigre’ iluminados y guiarse por el pavimento. Este sistema es el primero de señales viales reflectantes del que se tiene constancia en la historia.
Eso sí, para que todo el sistema de señales reflectantes funcionara, la noche tenía que estar despejada. De no ser así, era imposible que las piedrecitas reflejaran luz alguna, incumpliendo su función. Lo mismo sucedía en las noches de luna nueva. En estos casos, era mejor quedarse en casa o, el menos, tener una antorcha a mano.
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