Año tras año se repite el mismo patrón: el precio de la gasolina y el diésel sube a las puertas del verano. Es un movimiento previsible, pero en 2025 el entorno internacional ha introducido una dosis adicional de incertidumbre. Algo que condiciona tanto a los operadores como a los consumidores.
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El verano es una época caracterizada por el aumento de los desplazamientos y esto trae consigo una previsible subida de los precios de los carburantes. Este año, no obstante, la situación se ve agravada por un escenario de inestabilidad geopolítica que genera una presión adicional sobre los mercados internacionales de materias primas.
La escalada de tensiones, particularmente en Oriente Medio, está teniendo efectos inmediatos en el sector energético global. El barril de Brent, la referencia que se emplea en Europa, se cotiza actualmente en torno a los 67-69 dólares, con ligeras fluctuaciones diarias.

Bien es cierto que esta cifra no representa un incremento drástico en los últimos días, pero sí forma parte de un contexto de incertidumbre que ha impulsado los precios al alza en los últimos meses.
¿Cuánto cuesta llenar el depósito?
La consecuencia evidente es que el precio medio del litro de gasolina en España se sitúa en torno a los 1,492 euros, mientras que el diésel ronda los 1,418 euros. Estas cifras son las más recientes aportadas por el Boletín Petrolero de la Unión Europea (UE).

Llenar un depósito medio de 55 litros de gasolina supone un desembolso de 82,06 euros, mientras que para uno de diésel habrá que llevar a cabo una inversión de 77,99 euros.
Según el análisis del Grupo Moure, que engloba a empresas como Autonetoil, esos datos suponen un incremento considerable respecto a meses anteriores. Tanto es así que se ha alcanzado un nivel que no se veía desde Semana Santa.

Previsiones a corto plazo
Las tensiones en zonas productoras, la incertidumbre sobre la evolución del conflicto en Oriente Medio o las restricciones en el transporte marítimo global, como un posible bloqueo en el Estrecho de Ormuz, añaden volatilidad y dificultan cualquier previsión fiable a corto plazo.
Esto se suma a un mercado ya condicionado por factores estructurales, como la limitada capacidad de respuesta de los grandes productores, los riesgos logísticos y las políticas de transición energética, que están dejando menos margen para absorber impactos externos.
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