La idea es tan antigua como el propio automóvil, y no por conocida resulta menos excitante: disponer de un vehículo capaz de ver, sentir y adaptarse por sí mismo a las circunstancias de la carretera. Mucho más que un simple “piloto automático”; verdadera inteligencia artificial capaz de liberar al ser humano de sus errores al volante y un sueño irrealizable… hasta ahora.
En 2006 Google fue la primera compañía tecnológica en apostar realmente por ello y en desarrollar un sistema concreto. El primer software experimental fue implementado en 2006 en media docena de Toyota Prius. Al año siguiente empezaron las pruebas en carretera abierta. Para ser justos, hay que reconocer que, en términos de avances técnicos, probablemente su gesta solo sea comparable al progreso que supuso la carrera espacial previa a la llegada a la luna.
La diferencia esencial entre el proyecto de Google y el de otras compañías es que estas están desarrollando tecnologías de conducción autónoma diseñadas para descargar de trabajo al conductor, pero sin prescindir por completo de su labor. El Google Self-Driving Car (GSDC) nace desde el primer momento como sistema sin ninguna otra interacción humana prevista más que apretar un botón de parada para una eventual emergencia.
Sin embargo, ese ha sido precisamente el principal contratiempo con el que se han encontrado sus creadores: tanto los legisladores estadounidenses como los europeos dejaron muy claro desde el principio que jamás homologarían un vehículo en el que sus ocupantes no pudieran tomar el mando en cualquier momento, y Google se vio obligada a instalar unos pedales y un volante que encarecían el precio final previsto y retrasaban su lanzamiento, ya que obligaban a implementar nuevos algoritmos.
Finalmente, el 5 de octubre pasado el Congreso de EE UU aprobó la ley que regulará el uso futuro de estos vehículos. El punto principal de la norma exige y reitera la presencia en todo momento de un ser humano capaz de interactuar, y por tanto destierra completamente la posibilidad de la circulación únicamente artificial. Además obliga a la obtención de una licencia especial complementaria a la habitual para quienes deseen conducir uno de estas máquinas, por lo que tampoco permitirá (como era la intención inicial de Waymo) dirigirlo a usuarios sin carnet.
Ser, estar, circular…
En realidad, aunque Google es el socio más conocido, detrás del proyecto hay un conglomerado de ingenierías –que van desde la NASA a Alphabet– que deseaban un nombre algo menos técnico y más más fácil de recordar para el gran público. Al final se optó por un anodino Waymo, denominación bajo la cual opera ya como una compañía independiente desde diciembre del año pasado.
En cualquier caso la base inicial del proyecto se mantiene intacta y se basa en el referido GSDC y en la presencia de dos docenas de sensores de inercia y giro y cuatro emisores/receptores de radar que recogen información 360º alrededor del vehículo. A partir de ahí determinan en todo momento y en tiempo real no solamente su posición espacial sino su relación con el entorno. Es capaz de distinguir objetos por su tamaño, forma y movimiento e incluso de predecir potenciales presencias de otros vehículos, ciclistas, peatones o animales.
Un sistema informático se ocupa solamente de la gestión de dirección, frenado y aceleración del automóvil y otro de las restantes variables, siendo capaces de asumir cada uno las funciones del otro en caso de fallo de uno de ellos.
Pero ahí no terminan sus capacidades, ya que el sistema puede incluso detectar condiciones meteorológicas extremas y negarse a circular si intuye peligro potencial o percibe degradación del pavimento. Puede adaptarse sobre la marcha a una carretera con señalizaciones provisionales o con servicios de emergencia trabajando.
Tampoco posibilita tomar atajos y se detiene inmediatamente si se pretende circular por calles y carreteras no registradas en los mapas. Y como el factor humano es siempre el más impredecible, adivina conductas imprudentes de los ocupantes –como no llevar abrochado el cinturón de seguridad, abrir las puertas en marcha o sacar el cuerpo por la ventana– y detiene inmediatamente el vehículo en ese caso.
El Google Isetta
El diseño del Firefly, que así se llama el primer coquetón vehículo de Waymo, está inspirado en el Isetta alemán de posguerra, y su frontal se basa en las líneas de la parte delantera de la mítica furgoneta Volkswagen Type 2. Vio la luz en 2009, tiene capacidad para dos ocupantes, es de propulsión eléctrica –aunque están previstas versiones híbridas– y está programado para rodar de un modo completamente autónomo e inteligente a una velocidad máxima por carretera de 40 km/h.
Los responsables del proyecto consideran que es un límite más que razonable para un uso urbano aunque, por supuesto, podría alcanzar más velocidad. Su primer viaje sin nadie al volante tuvo lugar en Austin (Texas) en 2015 y el conductor fue un voluntario invidente.
En realidad Waymo no piensa tanto en el Firefly como vehículo particular, sino más bien como transporte turístico, servicio de taxi y transporte de personas y mercancías en grandes recintos como aeropuertos, estadios de fútbol, centros comerciales, resorts…
Evidentemente, la única manera de rentabilizar la inversión es lograr un vehículo familiar capaz de competir en el mercado generalista, y eso implica mayores velocidades, mayores distancias, mayores cargas y mayores autonomías.
Con ese objetivo Waymo ha empezado este mismo 2017 a implementar su sistema en varios monovolumen Chrysler Pacifica Hybrid de serie. Las pruebas con público se llevan a cabo en la ciudad de Phoenix, la única que las ha autorizado en su casco urbano y red viaria, y para las que Google ha contratado un seguro astronómico cuya cuantía mantiene en estricta confidencialidad.
La intención es ir instalando paulatinamente su sistema en 500 de estos monovolúmenes mientras, en paralelo, ha firmado un acuerdo con Avis para dotar con este software a su flota de coches de alquiler en cuanto sea fiable y esté disponible a mayor escala… lo cual se prevé sea definitivo en 2020.
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