Todo se graba. Todo se comparte. Todo se difunde. Todo se conoce. La privacidad, por mucho que la legislación se actualice para mantener acotados sus términos, ha entrado en una nueva era, la que se corresponde con la digitalización y las redes sociales. Cada persona, cada usuario de un teléfono móvil, de una cámara de vídeo o de fotografía (que todavía las hay) se ha convertido en un transmisor de información, en un creador de contenido. También mientras se conduce…
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En muchos países la proliferación de cámaras instaladas en los vehículos es un fenómeno pujante. Unos las utilizan para perpetuar un bonito viaje; otros, para sentirse protegidos en la jungla del tráfico; la mayoría, por puro divertimento. Algunos coches incluso las llevan de serie, aunque lo más común es recurrir a dispositivos externos que graban en su tarjeta de memoria lo que sucede alrededor del vehículo que la instala.
Con todo, las redes sociales e incluso los medios de comunicación se encuentran saturados de situaciones de lo más inverosímiles al volante. Antes pasaban casi siempre desapercibidas, sin constancia de que siquiera hubieran ocurrido. Hoy, muy al contrario, es casi imposible que otro conductor, un peatón o una cámara fija ubicada en el exterior no pueda grabar un accidente, una situación de riesgo o puede que una circunstancias paradójica.
Incluso las fuerzas y cuerpos de seguridad utilizan estos ficheros, propios o de terceros, para investigar accidentes o perseguir conductas ilegales. Recurrentes son los casos de los nuevos exhibicionistas digitales que son identificados y sancionados después de cometer una infracción o incluso un delito contra la seguridad vial. Lo cierto es que lo que se puede encontrar en las redes sociales roza lo increíble en muchas oportunidades, cuesta imaginarse que lleguen a producirse situaciones de ese estilo y comportamientos tan extravagantes y peligrosos.
Así que como muestra, un botón. Mejor dicho, diez.
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