Son los coches de moda en el mercado español. Los todocamino compactos acaparan el interés de los automovilistas por su estética, polivalencia y funcionalidad. Así que Hyundai ha querido apostar fuerte en un segmento en auge y lo hace recuperando la denominación Tucson para sustituir al anterior iX35. Un cambio radical de nombre porque la evolución en el concepto lo merece. Si su predecesor convenció y triunfó, el recién llegado tiene argumentos para mostrarse incluso más ambicioso.
Un automóvil estéticamente muy agradable, que ha crecido en todas sus cotas para ser más capaz, con motores de gasolina y gasóleo avanzados, un equipamiento de primer nivel junto a comportamiento dinámico que sorprende. Es decir, tiene lo necesario para enfrentarse sin complejo alguno a sus rivales más cualificados aunque para conseguirlo ha asumido un tributo que se antoja inevitable: el aumento en sus precios. Los modelos coreanos siguen disfrutando, en general, de una óptima relación entre su calidad y el precio pero hace tiempo que el concepto de chollo se esfumó de sus tarifas. La versión que nos ocupa, un turbodiésel que gasta poco aunque sólo entrega 115 CV (cifra justa para un vehículo de talante familiar y que pesa 1.500 kilos), se asoma al abismo de los 28.000 euros con un equipamiento Tecno… que no es el superior de la gama (Style).
Una vez aclarado este posicionamiento de precio, la realidad es que el Tucson justifica lo que cuesta. Además de ser bonita, su carrocería da paso a un interior de los más amplios en su clase, con asientos cómodos en cada plaza y espacio suficiente para piernas y hombros también en las traseras; se complementa con un maletero más grande que el del iX35 y que, además, puede crecer gracias a la modulabilidad de los asientos.
Los acabados son correctos y sólo algunos plásticos desentonan mínimamente, pero se trata de un pecado venial en cuanto apreciamos lo completo de su equipamiento, tanto de confort como especialmente de seguridad, con detalles propios de coches de precio y aspiraciones superiores.
Los más exigentes quizá deberían decantarse por motores de mayor rendimiento que el del básico diésel, porque el chasis está concebido para mucho más; la dirección eléctrica es demasiado asistida pero el resto acompaña sin rechistar en una conducción dinámica: suspensiones firmes pero no toscas, buenos frenos, aplomo en los apoyos, carencia de balanceos excesivos… En esto también Hyundai ha ganado mucho.
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