Toda una sorpresa. Así podríamos definir la aventura EcoSport. Sobre todo porque cuando te dicen de un coche que no es lo que parece, suena a eslogan, suena a frase hecha. Pero después de un fin de semana al volante, esa máxima se hace real.
Salimos de Madrid en dirección a San Martín de Trevejo el viernes por la mañana. Nos esperaban tres horas y media de conducción por autovía, la A-5 primero, y por carretera nacional después, para luego arribar a nuestro destino por una comarcal de buen firme. El coche iba a las mil maravillas. Alto, seguro, recio… Lo que en un principio puede parecerte un coche compacto, de los que “llevas al campo”, duro de llevar, tal vez demasiado pesado, te das cuenta muy pronto que no lo es. Me pareció ligero y de ahí mi primera sorpresa.
San Martín de Trevejo, en Cáceres, nos acogió como un segundo hogar. Sus gentes, el bar de la Plaza del Ayuntamiento, Marian, la propietaria de la Casa Antolina, donde nos alojamos, una casa solariega con un patio que nos recibía con olor a azahar y fresco, con ocho habitaciones cada cual más acogedora y una cocina que parecía salida de una casa de muñecas.
Almorzamos en el Duende del Chafaril, otro hotel rural precioso, muy cercano a la plaza, donde degustamos chacinas de la zona, ensalada de naranja y pimentón, cabrito y queso delicioso.
Pero no había tiempo de sobremesa. Había que comenzar la primera ruta, que nos llevaría a recorrer caminos preciosos de la Sierra de Gata. Los publos de Valverde del Fresno, Eljas, para luego adentrarnos un poco más en caminos forestales, ya cruzando la frontera (imaginaria pero real) con Portugal, para ahí comprobar que en efecto el Ford EcoSport es un vehículo utilitario “todocaminos”. Capaz de sortear caminos de tierra, de piedras, empinados, rodeados de precipicios… una ruta aventurera cuanto las haya. ¡Y sobre todo muy divertida!
Unos 63 km de conducción que tuvieron su punto final en la preciosa Charca de El Payo, donde disfrutamos de un hermoso atardecer.
¡Y la aventura seguía! En este caso, la culinaria, en el restaurante de la Hospedería Conventual Sierra de Gata, fin de una deliciosa jornada, y nunca mejor dicho.
Siguiente día, siguiente ruta… o mejor dicho, dos en una. El día prometía ser intenso… Jose Carlos, el guía, nos había preparado: esta tal vez era aún más bonita y divertida.
Y no defraudó. Tras unos 20 minutos de conducción por carretera comarcal, pronto pasamos a las tierras portuguesas… ¡poniendo el intermitente para acceder al campo!
Y de ahí, la aventura total: pasando o pisando caminos forestales, sorteando cortafuegos, subiendo, bajando colinas y caminos impracticables para otros coches… es más ¡hasta pinchamos! Suerte que las ruedas de repuesto del Ford EcoSport son exactamente iguales a las sustituidas, por eso pudimos continuar nuestra ruta por aquellos lugares, donde atravesamos hasta un olivar, y parando a repostar, no el coche, sino nosotros en ‘O Jabali’, en Penha García, probando el bacalao portugués de mil formas diferentes y cómo no, el jabalí.
Y ya quedaba poco: un recorrido por las localidades de Valverde, Aranhas, Penha García, hasta llegar a Monsanto, el pueblo aplastado, como lo llaman, debido a que sus casas están construidas aprovechando las rocas que cayeron de la montaña que preside el pueblo. Uno de los rincones más bellos, doy fe, del interior de Portugal.
Y vuelta desafiando a la luz del atardecer hasta San Martin donde culminamos la ruta de una forma que, de veras, pretende dar envidia. Conociendo la maravillosa cocina de Isabel, cocinera y propietaria de La Azuela. Espectacular…
Al día siguiente nos quedaba regresar a Madrid con otras sensaciones al volante, de nuevo, las más parecidas a nuestro día a día, las que ya conocemos, esa sensación de conducir sobre asfalto, en autovías cómodas, de forma cómoda y ligera, pero, eso sí, echando ya de menos la aventura, lo desconocido, la diversión, los caminos de tierra, la naturaleza, con un coche entre manos que efectivamente no es lo que parece.
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