El turbo es un componente habitual en cualquier coche moderno, porque lo equipan todos los modelos de gasóleo y muchos de gasolina. Y bien utilizado, es una pieza que no debería plantear problemas y durar lo mismo que el resto del vehículo.
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Se ocupa de aumentar la potencia del motor, recuperando parte de los gases de escape, que primero se enfrían y después vuelven a introducirse en el propulsor para incrementar así su rendimiento. Y como gira a más de 100.000 revoluciones por minuto y se pone incandescente, requiere ciertos cuidados para evitar complicaciones y garantizar su duración.
Sus características de funcionamiento lo hacen muy sensible a la temperatura del aceite del coche, y por eso, hay dos recomendaciones vitales a tener en cuenta. Primera: nada más arrancar, con la mecánica fría, conviene acelerar con suavidad, para evitar que el turbo coja demasiada temperatura antes de que el aceite pueda lubricarlo adecuadamente. Segunda: el otro extremo, no apagar el vehículo de golpe tras un viaje largo, al parar a repostar, por ejemplo, porque el gran calor del componente puede quemar el aceite.
En el primer caso, los arranques en frío, conviene acelerar con suavidad y cambiar pronto de marcha (a unas 2.000 vueltas en los gasolina y a 1.500 en los diésel), tratando de que el motor no suba mucho de revoluciones e incluso de que el turbo no entre en funcionamiento o lo haga mínimamente, hasta que el aceite alcance los 90 grados. El inconveniente está en que la inmensa mayoría de modelos tienen un indicador de temperatura del agua pero no del líquido lubricante. Y para estos supuestos, hay que calcular un poco a ojo. Como referencia, el aceite tarda aproximadamente el doble que el agua en llegar a su temperatura.
El otro supuesto, por su parte, requiere esperar un tiempo antes de apagar el automóvil. Al viajar y detenerse a repostar (o a comer, descansar…), lo normal es llevar conduciendo varias horas seguidas y que el turbo esté al rojo vivo. El consejo es parar en un lateral del área de servicio y esperar con el modelo al ralentí en torno a un minuto. De lo contrario, si se apaga de golpe el aceite dejará de circular y el que esté en el turbo se abrasará al instante, dejando carbonillas y otros residuos que, a la larga, son las que dañan el componente.
El coste de reparación de un turbo depende de muchos factores (tamaño, complejidad técnica, tipo de coche…), pero como norma general, suele ser una pieza poco accesible, que requiere desmontar otras para llegar hasta él, y al mismo tiempo no demasiado económica. Grosso modo, puede rondar los 1.000 euros en modelos pequeños, los 1.500 en medianos y más de 2.000 en los grandes.
Dos sencillos consejos, de fácil aplicación, que pueden ahorrarle disgustos y dinero.
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