En los coches modernos las ruedas son cada vez más grandes. Y en muchos modelos, además, se pueden montar neumáticos y llantas todavía mayores que los de serie. Pero, aunque la imagen del vehículo gana enteros, casi nunca compensa.
Las ruedas, formadas por la llanta y el neumático, han ido creciendo para adaptarse a la mayor potencia y peso de los automóviles de ahora. Pero el aumento de tamaño llega a ser exagerado, y solo se justifica por cuestiones estéticas.
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El diseño es una de las principales motivaciones de compra de cualquier coche, y que las ruedas sean grandes mejora la presencia. Y así, parece que los diseñadores han ganado la partida a los ingenieros, centrados por su parte en elegir la medida más adecuada a las características técnicas del vehículo, sin preocuparse de la imagen.
Un neumático más ancho mejora el agarre, pero también aumenta el consumo y es más caro de reemplazar. Y una llanta con mayor diámetro potencia la apariencia, pero implica a su vez que la cubierta de goma tenga menor perfil lateral.
El menor perfil mejora la precisión de guiado, porque el neumático se deforma menos en las curvas. Pero reduce también el confort de marcha, porque apenas hay goma (y aire en su interior) que ayude a la suspensión a absorber los baches. Además, estas ruedas son más vulnerables a los pinchazos, tanto en carretera, si se mete por ejemplo una rueda en un agujero del asfalto, como al estacionar en ciudad, porque basta un rozón contra la acera para que el flanco de la cubierta pueda rajarse.
Así, un neumático ancho y una llanta grande cobran sentido en modelos de corte deportivo, pero no parecen la solución más adecuada para un coche de uso familiar. Y quedarse con las medidas de serie, ya de por si generosas, le ahorrará también bastante dinero, porque evitará el desembolso extra que supone equipar las medidas superiores y, asimismo, el mayor coste de sustitución al agotar su vida útil.
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