Por qué una llanta pequeña es mejor que una grande en el coche

Las ventajas de las ruedas de mayor diámetro van poco más allá de las estéticas frente a las más contenidas.

Un ejemplo de llantas de diferente diámetro y su distinto perfil de neumático.

Una llanta de diámetro generoso añade un atractivo estético indiscutible a un automóvil. Al margen de su diseño específico, ese mayor tamaño aporta prestancia y deportividad al vehículo, por lo que cada día son más frecuentes en modelos de todo tipo y segmento. Las ofrecen los fabricantes de serie y también muchos usuarios las sustituyen como accesorio.

Pero, ¿realmente aportan ventajas significativas estas llantas por encima de las 18 pulgadas de diámetro? La imagen del coche se realza de forma evidente, incluyendo porque la presencia del neumático queda reducida por su menor perfil. De este modo, el metal de aleación de la rueda, con diseños de los más variados, cobra protagonismo frente a lo insulso una simple goma negra…

Más allá de una cuestión estética, importante sin duda para muchos automovilistas, lo que permiten las llantas de grandes dimensiones es alojar discos de frenos también de mayor diámetro.

Es algo valioso para los coches de altas prestaciones, al igual que su refrigeración es más efectiva por ese tamaño superior de la llanta.

Los inconvenientes

Dejando atrás estos aspectos, los inconvenientes de las llantas grandes aparecen en relación con otras de dimensiones más contenidas, las habituales entre 16 y 18 pulgadas.

Para empezar, el menor perfil del neumático se traduce en un confort de marcha inferior; cierto es que con menos goma lateral se mejora la precisión en la conducción (se limitan las deformaciones laterales), pero en contrapartida también se reduce la capacidad de absorción de la cámara de aire que, en definitiva, representa un neumático.

Otro problema serio de estas medidas sobredimensionadas es su tendencia a los llantazos y pinchazos. En un firme en perfectas condiciones y limpio (como un circuito) no existe tal riesgo, pero en unas carreteras cada día más deterioradas cualquier imperfección del asfalto puede traducirse en un impacto contra las ruedas y el consiguiente peligro de deterioro de la llanta o reventón.

Lo mismo sucede con los bordillos, tanto al estacionar, como al girar o al tener que superar uno de ellos para acceder, por ejemplo, a un aparcamiento. La propensión de estas llantas a absorber un impacto por su reducido perfil las hace especialmente delicadas, transmitiendo a su vez esa energía al resto de los elementos rodantes.

Una llanta de generoso diámetro montada en un BMW.

Golpes que podrían no tener mayor importancia con neumáticos con más goma se traducen en estos casos en desequilibrios en el paralelo de las ruedas o en vibraciones.

También hay que tener en cuenta cuestiones de eficiencia. Las llantas más grandes montan neumáticos más anchos. Y con mayor superficie de contacto con el asfalto se incrementa el nivel sonoro y el rozamiento, con el consiguiente aumento de los consumos.

Con todo ello, la utilización de llantas sobredimensionadas solo tiene sentido en automóviles de corte más deportivo, en los que el dinamismo y las prestaciones cobran trascendencia frente a aspecto como la comodidad o el ahorro de combustible.

En el resto de los casos resultan preferibles diámetros más contenidos, que tampoco son ya pequeños en la oferta actual de la mayoría de los fabricantes.

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