Desde el comienzo de la historia del mundo del motor, las competiciones se han usado como banco de pruebas para tecnologías que, más tarde o más temprano, han acabado llegando a los modelos de calle. Ha ocurrido con automóviles, con motocicletas… y ha llegado un punto en el que los modelos más extremos para circular por carretera pueden estar casi a la altura de sus pares de circuito.
Uno de los universos en los que más se puede apreciar esta situación es el de las motos superdeportivas, concretamente en la categoría de superbikes, donde los pilotos participan con monturas muy parejas a las que se pueden adquirir en un concesionario.
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Para demostrar lo pareja que puede llegar a ser la situación, Honda ha decidido poner a prueba a su CBR1000RR-R Fireblade SP de producción con la versión que participa en el British Superbike (BSB), buscando el tiempo de vuelta más rápido con ambas en el circuito de Oulton Park, en unas condiciones idénticas equipando a ambas con unos neumáticos lisos Pirelli Diablo óptimos para el trazado.
Las similitudes entre la Fireblade SP que hay en un concesionario y la del BSB son múltiples: emplean el mismo chasis, idéntico cigüeñal, los mismos pistones e incluso el mismo motor, un bloque tetracilíndrico de 1000cc, aunque con modificaciones. Éste en la moto de serie desarrolla 215 CV y en la de competición llega a 241 CV, además de un límite de revoluciones superior y una configuración específica de su centralita. Además, también es más ligera, rebajando su peso a 168 kilos.
A pesar de ello, el conjunto es muy parejo, como demuestra el mejor crono obtenido por cada una después de una tanda de seis vueltas en el trazado: la Honda CBR1000RR-R Fireblade SP de serie marcó como mejor crono 1’39.054, solo 2,872 segundos más lenta que su hermana de competición.
Una práctica que viene de lejos
La relación entre carretera y competición siempre ha existido, pero durante ciertos periodos fue más estrecha que en otros. En el mundo de los automóviles, un ejemplo paradigmático fue el de los ‘homologation special’ de los años 80 y 90. Se trataba de series limitadas que los fabricantes producían con el único objetivo de cumplir con la normativa de la FIA, que para participar en ciertas competiciones exigía que salieran de fábrica un número mínimo de unidades del modelo de calle basado en el de competición. Aunque se trataba de versiones algo descafeinadas respecto a las que corrían en los campeonatos, compartían multitud de elementos con éstos y dieron lugar a algunos de los coches más salvajes que han visto la luz para circular por carretera.