Pero qué majo eres. Saltas como un resorte cuando ves que una anciana sube al autobús para cederle tu asiento; sostienes la puerta y siempre dejas salir antes de entrar; esperas a tu vecino para subir juntos en el ascensor; eres el yerno o la nuera ideal, la pareja que toda suegra querría sentar en su mesa los domingos. Entonces, ¿qué te ocurre? ¿Qué poder ejerce sobre ti el volante, que te hace mutar en un ser despiadado, hostil, agresivo? Un poderoso demonio te domina y habla por tu boca, haciéndote pronunciar juramentos inenarrables y describir gestos imposibles. La ciencia ha hallado la respuesta; un estudio de la Universidad de Temple en Filadelfia ha llevado a cabo una investigación en la que se ha determinado por qué algunos individuos, a pesar de ser ciudadanos ejemplares, son más propensos a sufrir ataques de ira en el coche.
Según afirman los investigadores, ciertos rasgos de la personalidad son el detonante de este ‘Síndrome de la ira al volante’. Así, personas narcisistas y con tendencia a la competitividad en el trabajo son más proclives a mutar en seres casi irracionales cuando se enfrentan a pequeñas situaciones de estrés mientras conducen, como atascos o disputas con otros conductores. Ignacio Calvo, psicólogo especializado en conducción, va un poco más allá: “Manejar el coche es una habilidad psicomotriz compleja que llegamos a automatizar, y el hecho de que podamos realizarla con el ‘piloto automático’ hace que generalicemos la creencia de que es algo sencillo”, explica. No obstante, añade que “conducir es un acto sumamente estresante y vernos contrariados por un hecho inesperado puede ser interpretado como una provocación, con la consecuente activación de nuestra ira”.
A todo ello se suma, según el experto, la carga de estrés que normalmente arrastramos en nuestra vida diaria, pudiendo asomar como la punta de un iceberg al superarnos en nuestra gestión emocional. Porque todo parte de ahí, del incorrecto manejo de nuestro nivel de tensión: “La cólera al volante es una situación compleja en la que la personalidad se combina con esa inestabilidad emocional y la interpretación de las reacciones de los demás como provocativas”, explica Calvo. Por ello, las personas competitivas y narcisistas pueden vivir la conducción como “una ‘arena’ donde batirse con otros contendientes”, asegura.
El estudio de la Universidad del Temple también vincula esta tendencia a la conducción colérica con la sociedad consumista y el deseo de poseer todo aquello que se nos antoja, algo un tanto “peregrino” para el experto Ignacio Calvo: “Sí entiendo que personas narcisistas puedan sentirse los amos de la pista y discrepen constantemente con la manera de conducir de los demás”, sostiene. Y ello, sumado al hecho de que el vehículo puede ser entendido como una burbuja propia en la que nos sentimos protegidos, puede llevar a que el conductor “se envalentone, incitando al toro desde el burladero”, afirma Calvo.
Y nadie está a salvo: “Es cierto que algunos estudios se refieren a la horquilla de 18 a 35 años como la más determinante a la hora de tener dificultades”, explica el psicólogo, aunque nadie escapa a esta irascibilidad. Tampoco es cuestión de género, puesto que, según afirma el experto, “algunos estudios realizados con mujeres arrojan también incidencia de ira en las conductoras cuando se combinan todos los factores”, así que no es solo cuestión de hombres.
En definitiva, personalidad mezclada con inestabilidad emocional, deficiente gestión del estrés e interpretación de las reacciones de los demás como incitaciones a la pelea. Un cóctel que solo se agita, en algunos casos, dentro del habitáculo. “El antídoto es una correcta gestión del estrés tanto dentro como fuera del coche, trabajando en la relajación, en el control de los pensamientos y el reconocimiento de la irracionalidad de los mismos”, concluye Ignacio Calvo.
Y ahora toca examen de conciencia; tal vez, como constatan las conclusiones del estudio elaborado por la Universidad del Temple, el problema radique en un excesivo nivel de narcisismo y competitividad, algo que se debe controlar en todos los estratos de la rutina diaria. Aunque si ése no es el caso, si por el contrario podemos definirnos como el colmo de la amabilidad y la galantería cuando ejercemos de peatones, quizá el hecho de sentirnos protegidos en el coche provoque que demos rienda suelta a nuestras más bajas pasiones, aquellas que podemos doblegar cuando simplemente caminamos. Para ambos casos, sólo hay una solución: ser conscientes de ello, respirar hondo y no dejarnos llevar por la ira… aún sabiendo que es el otro el que tiene la culpa. Faltaría más.
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