Han pasado 70 años de aquel 22 de noviembre de 1963 cuando, a las 12:30 de la mañana, el tiempo se paró en Estados Unidos. Fue el momento en el que John Fitzgerald Kennedy, el presidente más joven que ha tenido el citado país, fue asesinado cuando circulaba por Dallas a bordo de un Lincoln Continental, que tenía su propia historia.
Acompañado de su mujer, Jackie Kennedy Onassis, JFK giró en Elm Street para atravesar Dealey Plaza a bordo del coche presidencial antes de perder la vida. Aquel coche, conocido por el Servicio Secreto como X-100, tenía como punto de partida un Lincoln Continental descapotable de cuatro puertas.
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Lucía la matrícula GG-300, su número de chasis era el 3Y82N420576 y era la viva imagen del lujo. Salió de las líneas de producción de la fábrica que Lincoln, que era propiedad de Ford Motor Company, tenía en el estado de Michigan. Su siguiente parada fueron las instalaciones de los carroceros Hess y Eisenhardt, en Cincinnati.
Sí, fueron los mismos que habían reformado los coches del presidente Harry S. Truman. Aquel Lincoln Continental costaba, en aquel momento, 7.347 dólares.: tras las pertinentes modificaciones, esa cifra subió hasta los 200.000 dólares de la época.
Hacer un coche presidencial
La transformación arrancó con un extra para el chasis: la carrocería creció 1,07 metros para incluir todas las modificaciones necesarias que lo convertirían en un coche presidencial. Entre ellas estaban incluidos unos asientos abatibles en la fila trasera y uno hidráulico para el presidente, que se elevaba para que fuera sentado, pero visible para todos.
La carrocería azul del Lincoln X-100 estaba equipada, asimismo, con estribos en los flancos y plataformas en el paragolpes trasero para los agentes del Servicio Secreto. El parabrisas estaba enmarcado por dos grandes focos y en el interior no sólo disponía de su propio sistema de comunicación, también contaba con una potente climatización que incluía enormes ventiladores.
En 1963, el Lincoln Continental presidencial fue sometido a un ‘restyling’: recibió una nueva parrilla más moderna y situaron unas asas en la tapa del maletero para el Servicio Secreto. Al ser descapotable tenía hasta siete tipos de techo duro e, incluso, unos paneles de plástico desmontables para cuando hacía mal tiempo.
Más seguridad
Después de lo ocurrido con John F. Kennedy, la Casa Blanca creó un comité de expertos para mejorar la seguridad del Lincoln Continental: intervinieron en él carroceros, militares y miembros del Servicio Secreto.
El coche presidencial recibió un motor más potente, su blindaje fue reforzado e instalaron un techo que no era descapotable. La carrocería fue pintada con un azul metalizado y en el interior se reemplazó el asiento del presidente, instalaron nuevos sistemas de comunicación y añadieron un segundo compresor de aire acondicionado en el maletero.
Todas estas mejoras costaron medio millón de dólares, que salieron tanto del gobierno federal como de los bolsillos de Ford y de algunos de sus proveedores. En 1967 aplicaron nuevos cambios y estuvo en servicio diez años más, hasta 1977: durante este tiempo sirvió a los presidentes Johnson, Nixon, Ford y Carter. Cuando se retiró, pasó a formar parte de su propietario actual: el museo ‘The Henry Ford’.
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