Una edición más, y van 40, y 100 años desde su nacimiento en 1919, por su carácter bienal y las obligadas ausencias de las guerras. Todo un récord que convierte al Salón del Automóvil de Barcelona en uno de los eventos españoles más longevos. Pero lo importante es que la muestra ha salvado una vez más otra bola de partido y logra abrir sus puertas en esa obligada huida hacia delante en busca de un nuevo modelo de negocio.
Los salones internacionales están en crisis porque con la globalización, el despliegue de Internet y, sobre todo, sus disparatados costes han dejado de ser una herramienta rentable para que las marcas desvelen sus productos. Todas las grandes ferias del sector, desde la mítica de Detroit, que cambia de fecha, a las bienales de Tokio, Fráncfort y París, sufren para salir adelante.
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Y hasta Ginebra, referencia global intocable hasta hace poco, ha tenido ya ausencias clamorosas. La reinvención del modelo de negocio se ha hecho imprescindible para Barcelona, porque la evolución hacia salones comerciales enfocados a vender coches no justifica inversiones que suponen millones de euros en algunas marcas. El esfuerzo del centenario es notable y, a pesar de alguna ausencia, la muestra ofrece un recorrido más que digno e interesante que no defraudará a sus visitantes.
Sin embargo, de cara al futuro no basta, porque el gancho de la efeméride es irrepetible. El cambio de denominación a Automobile Barcelona es toda una declaración de intenciones en un camino que parece apropiado para posicionarse como feria mundial de la movilidad, como ha logrado el Mobile World Congress en la telefonía. Pero aunque un nombre ingenioso siempre ayuda, la clave del éxito pasa por que no se convierta en un cascarón vacío. Ahora hay dos años por delante para llenarlo de contenidos, y el buen momento de Seat, que gana peso en el Grupo Volkswagen, puede ser la mejor palanca para activar los apoyos del consorcio alemán. Puede ser un buen punto de partida.
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