Una reciente decisión de Donald Trump ha generado un revuelo considerable en el sector del transporte estadounidense. La revocación de la normativa de Obama, aquella que permitía a los camioneros sin dominio del inglés operar legalmente, ha dejado a muchos descolocados. ¿El motivo? La seguridad vial, según la Casa Blanca.
Para la Administración Trump, resulta indispensable que los camioneros posean un buen manejo del inglés. Argumentan que así podrán desenvolverse sin problemas en su día a día: comprendiendo las señales de tráfico, respondiendo a los requerimientos de la policía o en los pasos fronterizos, y gestionando la documentación e informes inherentes a su profesión.
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Karoline Leavitt, secretaria de prensa de la Casa Blanca, no se anduvo con rodeos, declarando ante los medios que: “existen muchos problemas de comunicación en la carretera”, subrayando los riesgos para la seguridad pública. La medida, argumentan, busca asegurar que “nuestros camioneros, la columna vertebral de nuestra economía, sepan hablar inglés”. Se trata de una política de “sentido común”, afirman desde el gobierno estadounidense.

Camioneros hispanos
Pero, claro, la realidad es más compleja. La comunidad hispana, un pilar fundamental en el transporte pesado, se siente atacada. Muchos conductores, experimentados y valiosos, se enfrentan ahora a un obstáculo inesperado. ¿Qué pasará con ellos? La incertidumbre se ha apropiado del colectivo. No es solo un cambio de reglas, es una cuestión de oportunidades y de reconocimiento.
La polémica está servida. La medida de Trump, aunque justificada por la seguridad, lleva a preguntarse sobre el impacto en una fuerza laboral esencial. Muchos se preguntan: ¿es realmente una cuestión de sentido común, o es un golpe a una comunidad que ha mantenido las mercancías de Estados Unidos en movimiento durante los últimos años? En los próximos meses se conocerán las consecuencias de este cambio de legislación.
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