El gran reto del primer coche lunar, 50 años después

Poco después de la llegada del primer hombre a la Luna la NASA se planteó otro desafío apasionante: crear el primer automóvil destinado a circular por la superficie del satélite...

LRV

El vehículo lunar con el que trabaja actualmente la NASA.

Pasado el impacto mundial por la epopeya del primer alunizaje, el 20 de julio de 1969, la NASA tuvo muy claro que necesitaba contar con un vehículo lunar. Un automóvil que permitiera a los astronautas venideros ampliar el radio de acción de sus investigaciones. Las misiones futuras exigirían ir más allá de los pocos pasos que Buzz Aldrin y Neil Amstrong habían podido dar alrededor del módulo lunar.

Por primera vez en la historia de la humanidad, por tanto, las empresas automovilísticas debían unir sus esfuerzos para plantearse de modo serio y realista cuáles debían ser las necesidades de un vehículo sobre ruedas que quisiera rodar por la superficie lunar.

El reto era tan apabullante como lo fue todo en aquella carrera espacial. Prácticamente nada de lo empleado en los coches convencionales servía y hubo que empezar de cero porque jamás vehículo alguno había circulado antes por condiciones tan extremas…

Los peligros de circular por la Luna

Lo que se iba a encontrar aquel primer coche en su periplo lunar era aterrador. Una superficie hostil repleta de piedras tan grandes como neveras y cráteres profundos como casas de seis pisos, de los que resultaría imposible salir si se tenía la desgracia de caer en uno de ellos.

Los requerimientos de la NASA especificaban que el vehículo no podía equipar neumáticos de caucho, ya que este cristalizaría o se derretiría a causa de unas temperaturas que pasaban en pocas horas de -200º a + 150º. Y los amortiguadores tendrían que trabajar más que en condiciones terrestres porque el conjunto no se mantendría pegado a la superficie de modo natural, dada la ausencia de gravedad. Además, se calentarían también mucho debido a la falta de aire refrigerador, por lo que habría que emplear para lubricarlos unos aceites especiales de silicona… que todavía no existían.

El LRV, en acción en la Luna.

El sistema de propulsión debía ser necesariamente eléctrico. La atmósfera de la luna es muy pobre en oxígeno así que un motor que quemara combustible de cualquier tipo era inviable. Afortunadamente había algo que jugaba a favor del proyecto. Como la gravedad lunar es una sexta parte de la de la Tierra, el propulsor podría recorrer seis veces más distancia con la misma carga de batería.

El peor inconveniente era el temible polvo lunar, peligroso y tóxico. Un polvillo con la textura del grafito que se metía hasta en los pliegues de los trajes de los astronautas y hacía que todo se pegara y oxidara rápidamente. Era de vital importancia, por tanto, proteger los motores y las partes móviles del vehículo. 

¡Ha nacido el LRV!

Al programa se le asignó un presupuesto de 19 millones de dólares que, al final, se disparó hasta los 38, aunque fue desarrollado en un plazo récord de 17 meses. Transcurrido ese tiempo y ante la máxima expectación mundial, la NASA mostraba al mundo el primer automóvil desarrollado específicamente para circular por la superficie lunar con total autonomía y capacidad de carga: el Lunar Roving Vehicle o LRV.

Había sido fabricado conjuntamente por Delco Electronics (una subsidiaria de General Motors) y Boeing. Se trataba de un vehículo compacto de dos asientos, con chasis de aluminio, cuatro ruedas de malla de acero y efectivamente propulsado por energía eléctrica. Pero los ingenieros habían optado por una solución atrevida e innovadora para la época: cada rueda tenía su propio motor eléctrico alimentado por dos baterías de 36 voltios y una vida útil de 180 kilómetros. Se ahorraba, de ese modo, el peso y potencial fallo de un sistema de transmisión. Bastaba con abrir o cortar la electricidad –a través de un mando– dirigida a cada rueda para maniobrar el LRV. 

La prueba de fuego

Se construyeron tres unidades perfectamente operativas destinadas a las misiones Apolo XV, XVI y XVII, más una cuarta igualmente funcional destinada a servir como vehículo escuela para otros astronautas y una maqueta tamaño 1:1 no operativa para fines didácticos y publicitarios. Los tres primeros, como tantos otros cachivaches lunares, fueron utilizados y abandonados en la Luna al finalizar su misión.

Cuando el Apolo XV –tripulado por los astronautas David Scott, Alfred Worden y James Irwin– despegó el 26 de julio de 1971 en dirección a la Luna, llevaba en sus bodegas el primer automóvil diseñado específicamente para circular por el satélite de la Tierra. 

Transportado por piezas en el módulo de mando, los astronautas tardaron 26 minutos en montarlo y dejarlo en condiciones de uso. Una vez desplegado totalmente tenía unas dimensiones de 3,10 metros de longitud, 1,80 metros de anchura y 210 kilos de peso, siendo capaz de transportar hasta 621 kilos de carga entre antenas de comunicaciones, cámaras, perforadoras, pinzas, magnetómetros y repuestos. Durante sus 67 horas en la superficie lunar, aquel primer LRV recorrió 80 kilómetros sin el menor incidente o problema técnico.

La segunda generación: el SPR

La cancelación del programa Apolo en 1973 dio al traste con algunos de los nuevos proyectos del Rover lunar que la agencia espacial y sus contratistas tenían ya preparados. Sin embargo, en los últimos años, el interés de la NASA por volver a la Luna como etapa intermedia hacia Marte ha hecho que se recupere la necesidad de un vehículo sobre ruedas que transporte a tripulantes y equipos por la superficie lunar.

El sucesor del Lunar Roving Vehicle se llama SPR (Small Pressurized Lunar Rover) y es bastante más potente que su predecesor. Equipa 12 motores eléctricos de 8 CV cada uno –que equivaldrían a unos 96 CV–, mientras que el que pilotaron los hombres del Apolo XV tenía cuatro motores de apenas 0,50 CV cada uno. 

Ensayos con el SPR.

El SPR va equipado con 12 ruedas con tracción integral, pivotantes sobre su eje. Para las pruebas en la Tierra son de caucho, pero en el espacio serán sustituidos por malla de aluminio. Diseñado en colaboración con General Motor, Nissan y Michelin, es bastante más seguro, cómodo y resistente que aquel primer LRV. Su cabina está presurizada para permitir a los conductores trabajar sin el engorroso traje espacial, y detrás de la cabina existen unos asideros para que varios astronautas puedan agarrarse.

En la parte de carga se pueden albergar rocas lunares, víveres o maquinaria. Puede ser acondicionado incluso con literas y debería permitir a los astronautas viajes de exploración de hasta dos semanas y distancias de hasta 1.000 kilómetros a una velocidad máxima de 30 km/h. El primer prototipo está ya prácticamente operativo tras años de pruebas en el desierto de Arizona y será entregado a la NASA el próximo año. 

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