La historia de unas trompas y el teléfono de asistencia 113

Las asociaciones de víctimas de siniestralidad vial reivindican la necesidad de los afectados de ser escuchados por la sociedad y las administraciones.

Flores en la carretera en recuerdo de una víctima de un siniestro vial.

Qué se hace cuando se cierra la puerta del cementerio es la pregunta para la que los familiares de víctimas de siniestros de tráfico no quieren respuesta, sino la mera la posibilidad de que alguien la escuche. No solo en el Día Mundial en recuerdo de las víctimas de la violencia vial, el tercer domingo de noviembre cada año, sino mañana. 

“Queremos un número de teléfono, solo eso. Tenemos el 112 cuando ocurre el siniestro, pero ¿al día siguiente? ¿A quién llamamos? ¿Quién nos apoya? ¿Quién nos aconseja? Estamos abandonados. ¿Por qué no tenemos el 113, para que el día después podamos tener el asesoramiento y el acompañamiento que tanto se necesitan?”. 

Habla la fundadora de la asociación Stop Accidentes, Jeanne Picard, que insiste en su propuesta desde hace años y todavía confía en que alguien al otro lado, algún día, algo. “No pedimos tanto”. Solo un número de teléfono. “Una red estatal de atención integral para todas las víctimas de hechos violentos, súbitos e inesperados [no solo para quien sufra siniestros viales] con un número de teléfono único”, especifica Picard. Con categoría de secretaría de Estado, explicará luego. 

Todos los años fallecen en las vías urbanas e interurbanas unas 1.800 personas (frente a las casi 6.000 anuales de hace dos décadas) y cada una de esas muertes trastoca la vida de otras cuatro o cinco personas, según los expertos, cuyo entorno se desmorona. “Muchas veces lo que encuentran es incomprensión. El suyo es un dolor muy profundo y nuestra sociedad no está preparada para el dolor, y le da la espalda”, asume la directora de la Asociación para la Prevención de Accidentes de Tráfico, P(A)T, Yolanda Domenech, organización fundada en 1968.

Tratamientos psicológicos

“La familia y los amigos nos acompañan en el cementerio, claro, pero cuando se cierra la puerta, o cuando entras en la habitación de tu hijo que tenía tanta vida y está vacía, ¿qué pasa? Te hundes. Te hundes muchas veces”, reconoce Picard. También ocurre, como consecuencia, que los afectados por siniestros viales sufren más casos de ansiedad, tratamientos psicológicos y psiquiátricos, pérdidas de empleo y separaciones que el resto de la población, según los resultados de un estudio de P(A)T de 2010. 

Y el resto de la población no sabe qué hacer con ellos. “Se tiene la creencia de que si le preguntas a alguien sobre su hijo fallecido va a estar peor, y no es así, porque ese padre o madre no hay día que no piense en su hijo. Cada caso es único, pero por lo común tú no vas a acrecentar el dolor del familiar de una víctima; al revés, le vas a facilitar hablar y eso genera cierto consuelo”, apunta Domenech.

De esa idea ahí nace Memoriales en Carretera, una iniciativa del periodista especializado en seguridad vial Vicente Cano con el soporte tecnológico de la compañía española BarCan. Un lugar de duelo virtual donde recordar a las víctimas. “Los rituales de despedida son necesarios en el  proceso de duelo, y más aún en el caso de una muerte repentina, y los memoriales en forma de cruz o mediante flores que señalan la localización del siniestro pueden ayudar a los familiares a resignificar el lugar donde falleció, sacralizándolo y dignificándolo”, explica Yolanda Domenech. Pero no siempre se tiene acceso a ellos en la carretera o se puede asumir un riesgo excesivo por intentar alcanzarlos, y ese problema lo resuelve esta web –en fase de pruebas desde septiembre– con memoriales virtuales y mensajes de despedida o recuerdo. 

El apoyo que Stop Accidentes y otras organizaciones reclaman lo ofrecen las propias asociaciones, por ejemplo, en sesiones de terapia conjunta. Las de P(A)T se desarrollan los jueves (ahora a través de la pantalla, pero ya se plantean retomar los abrazos) y reúnen a unas 15 personas que hablan y se miran y se entienden. “La clave de un grupo es sentirse comprendido y ver que otros han avanzado, y que en cierto modo se puede salir de ahí”, relata Domenech. Y en las sesiones se tratan asuntos tan peliagudos como inevitables, sobre los que se busca el consejo de los otros: qué hacer con las cenizas, cómo mantener la habitación del ausente, dónde poner (o no) sus fotos. 

Los procesos de recuperación son largos y quienes acuden a las sesiones permanecen entre dos y tres años, pero el duelo continúa, y “cada uno tiene una manera de afrontarlo; a lo mejor uno simplemente necesita llorar, pero otro lo expresa a través del arte”, describe Domenech.

En la carretera N-640

Un día después del hundimiento del Prestige en aguas gallegas, el 14 de noviembre, en el hospital de Lugo falleció Almudena, una joven de 20 años embestida dos días antes por un turismo en un adelantamiento imprudente cuando conducía hacia el conservatorio, en el kilómetro 48,075 de la N-640. En los altavoces de su coche sonaban los conciertos para trompa de Mozart, y esa historia la relata su padre, Luis, poniendo voz a las cuatro trompas que fueron propiedad de su hija en una conversación imaginaria por WhatsApp: en ella se cuenta que Luis, que no sabía lo que era un do (pero sí un mi), obtuvo en 2012 el Título Profesional de Música en la especialidad de Trompa, la carrera que no pudo terminar su hija.

Con él estuvo el viernes Jeanne Picard en un concierto-homenaje. “Compartir con él un abrazo, intercambiar nuestras penas y sembrar para que esto no les pase a nadie más nos ayuda a seguir con la vida”, reconoce Picard, que en la conversación se mueve entre dos polos que se separan y a veces se unen, y en la crispación de su voz se aprecia, la madre que perdió a su hijo el 1 de enero de 2000, también embestido en la carretera, y la responsable de Proyectos y Asuntos internacionales de Stop Accidentes, organización que fundó “por pura rebeldía”. “Si los accidentes suceden por cosas que pueden evitarse, ¿qué hacemos que no hacemos nada?” se preguntó entonces.

Ahora reconoce los avances “gracias unos coches más seguros, el permiso por puntos, los radares y la Guardia Civil… Lo hemos conseguido con vigilancia y sanción y Pere Navarro [director general de Tráfico] ha salvado muchas vidas, porque puso a las víctimas en el centro de la seguridad vial, pero falta la educación, la conciencia del riesgo, los valores sociales de convivencia”. Y una justicia reparadora. “No queremos llenar las cárceles, pero los procesos son largos y las sentencias no nos ayudan, porque son muy leves”, se lamenta Picard.

Los juicios, por otra parte, obligan a revivir el drama. “Mucha gente acude a nuestra asociación –dice Yolanda Domenech, de P(A)T– cuando el juicio reabre la herida, y esto sucede a menudo cuatro años después de los hechos, cuando más o menos los afectados empiezan a remontar un poco. Y ahí se derrumban, porque además se ven obligados a resolver papeleos para los que no están preparados”. 

“Llevamos diciéndolo desde hace tiempo. Lo saben el Ministerio de Interior, la DGT y el Ministerio de Justicia”, dice Jeanne Picard sobre la red integral de apoyo, que existe por ejemplo en Argentina, impulsada por la Federación Iberoamericana de Asociaciones de víctimas contra la violencia vial, presidida también por Picard. “Allí tienen un teléfono único de referencia para todo el país, y en España puede hacerse también. No creo que el problema sea la falta de presupuesto. Debería crearse una secretaría de Estado para organizar esta red y que podamos contar con un profesional, una mano amiga, una escucha que permitan, a quien lo necesite, orientarse y aprender a vivir de nuevo. No es mucho pedir”.

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