La implantación general del coche eléctrico tiene todavía varios escollos que superar para ser una realidad. Uno es el elevado coste de estos vehículos, pero otro que preocupa al usuario es el de las autonomías y el de los tiempos de recarga. Los fabricantes están avanzando en esto último, pero algunos han ido un paso más allá y han pensado en una modalidad distinta: las baterías intercambiables.
El proceso de recarga de un cero emisiones, incluso aunque sea en estaciones de rápidas de corriente continua de alta potencia, es mucho más lento de lo que supone rellenar el depósito de gasolina o diésel en una estación de servicio.
En esta tesitura, firmas como NIO, Dongfeng o Ample, proponen un enfoque diametralmente opuesto: que el coche acuda a una estación en la que, en lugar de cargar su pila, la que está descargada se cambie por otra que ya tiene su energía al 100%. El resultado es un procedimiento que se ha ido optimizando hasta el punto en el que la operación completa dura solo cinco minutos y está completamente automatizado.
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La diferencia entre los dos primeros casos y el tercero es que mientras que aquellos son iniciativas de marcas que solo operan con sus automóviles, el último propone una estación de intercambio de baterías compatible con distintos fabricantes.
Ample señala que, al acercarse a la estación, esta reconoce el coche y se abre para que pueda acceder. Una vez aparcado, el usuario se baja del coche y desde su smartphone elige que comience el proceso. Este solo conlleva cinco minutos, tras los que está listo para ponerse en marcha de nuevo.
La compañía apunta, además, que el diseño del sistema es modular y de fácil instalación, permitiendo que esté operativo en cuestión de días, cuando otras construcciones similares tardan más en estar plenamente funcionales.
Una tecnología que no termina de despegar
Sobre el papel este sistema es el idóneo para los coches eléctricos, pero, sin embargo, no ha llegado a popularizarse nunca y hay varias razones para ello.
A principios de la década pasada Renault ya lo intentó aliándose con Better Place, compañía de intercambio de baterías que operaba en Dinamarca e Israel. Sin embargo, la aventura no duró mucho y en 2013 dejó de utilizar sus sistemas.
¿Los motivos? Era un ecosistema bastante complejo, a los clientes no les convencía no tener una batería en propiedad y, entre otros detalles, había que pagar cuotas mensuales tanto por las baterías como por el servicio.
Se trataba de una alternativa que no terminaba de generar confianza en el usuario y que, además, exigía pagos continuados que finalmente elevaban bastante el coste de uso.
Sin embargo, son dos características que a día de hoy se pueden solventar sin mucho problema, puesto que el uso de servicios de suscripción ya está mucho más estandarizado y la tecnología de las baterías ha avanzado considerablemente.
El principal escollo ahora es el rechazo a esta tecnología por gran parte de los fabricantes, que prefieren el método tradicional antes que optar por un sistema de pilas universales que estandarizase las baterías para que fueran compatibles con todos los coches.
Las motos son el ejemplo a seguir
El mundo de las dos ruedas es un ejemplo de que es factible. Para empezar, el hecho de que las motocicletas utilicen baterías más pequeñas y ligeras hace que muchos modelos, sobre todo escúteres, dispongan de pilas extraíbles que el usuario puede sacar para cargar cómodamente en casa.
Así, la tecnología de intercambio ya está presente, pues cada uno puede tener más de una pila en su propiedad y reemplazarlas según les convenga. No solo eso, marcas como Kymco ofrecen un servicio de baterías bajo demanda y hace unos años varios fabricantes anunciaron el proyecto conjunto para desarrollar una batería común a sus modelos eléctricos.
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Apasionado del motor desde pequeño, primero de las motos y después de los coches, con especial predilección por los modelos nipones. Lleva una década dedicándose al sector, formado primero en Autobild y desde entonces en el Grupo Prisa, probando todo lo que haga ruido... o no.