Son muchos los argumentos variopintos, e incluso peregrinos, que plantean algunos automovilistas para rechazar los sistemas de transmisión automáticos. Sin embargo, la mayor parte de las veces se basan en leyendas urbanas y creencias obsoletas.
Casi todo lo que se piensa del automatismo se aleja de la realidad y estos son los argumentos para demostrarlo. Sin olvidar que todos los modelos eléctricos recurren a transmisiones continuas.
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Coche automático para malos conductores
Algunos afirman que el cambio manual es para quienes les gusta conducir. Sin embargo, lo correcto sería decir que les gusta pisar el embrague. Porque, por lo demás, los modernos cambios automáticos permiten un control casi absoluto de sus funciones, manejando la palanca de modo secuencial (adelante y atrás) o incluso con levas en el volante. El conductor puede decidir siempre cuándo subir o bajar de marcha, sólo se evita la acción de pisar el pedal del embrague.
¿Poco fiables?
Es cierto que tiempo atrás los cambios automáticos daban más problemas de los deseables. Eso hoy es historia. Las modernas transmisiones son tan fiables como cualquier caja manual o incluso más y su mantenimiento tampoco es necesariamente más complejo o costoso. Y no sólo presentan ventajas para el propio sistema, el resto del motor también se beneficia de la eficacia que aporta la gestión electrónica del mismo.
Un ordenador suele ser más efectivo que una persona en determinadas tareas. El único punto débil para el cambio automático es que si la avería llega a producirse (tampoco son irrompibles) la reparación o sustitución puede resultar más costosa.
Coche automático: el consumo
Otro sambenito. Las características de las antiguas transmisiones automáticas propiciaban que fueran menos eficientes que las manuales, pero a día de hoy no hay diferencias determinantes entre ambos.
Es más, al confiar en la electrónica (de la gestión se encarga una centralita que realiza cientos de cálculos cada segundo) se van a obtener unos consumos menores y, que de otra manera, difícilmente se conseguirían con el cambio manual. Sobre todo en aquellos casos en los que se dispone de diferentes modos de conducción, incluyendo uno económico.
Eficacia del proceso
Pisar el embrague y mover la palanca es más lento que la operación de cambio que realiza un sofisticado sistema automático. Especialmente los de doble embrague, capaces de tener preparada siempre la siguiente marcha para su inserción, al dividirlas en grupos de impares y pares.
Ni el conductor más hábil podría hacer lo mismo en décimas de segundo. La prueba irrefutable es que los coches de competición utilizan transmisiones automáticas desde hace ya tiempo. Si fueran más lentos, se habrían desechado.
Complicaciones de manejo
Muchos consideran los cambios automáticos complicados de manejar para aprovechar todo su potencial. En absoluto.
Si se prefiere intervenir en su funcionamiento (es decir, no dejar que haga de forma autónoma su trabajo), el uso es intuitivo y sencillo. Basta con olvidarse del engorro de pisar el pedal del embrague para cambiar fácilmente de marcha mediante la palanca de cambio o las levas en el volante.
Y sin necesidad de prestar atención al proceso de coordinación del accionamiento del embrague con el movimiento de una palanca en H.
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