Nada será lo mismo después de esta crisis global del coronavirus. La transformación que se producirá en la sociedad en todos sus ámbitos resultará profunda, una realidad de la que tampoco escapa la movilidad. Los efectos económicos para las empresas de la automoción apuntan a devastadores, aunque también es cierto que se abrirán algunas ventanas de oportunidad que deberían aprovecharse por una simple cuestión de supervivencia.
El sector de la moto figura entre los que podrían sacar partido a unos cambios que se antojan inevitables en los hábitos de desplazamiento de los ciudadanos. Durante mucho tiempo, quién sabe si en un proceso sin retorno, el temor a los contagios reducirá al máximo el contacto interpersonal y, por supuesto, las aglomeraciones de cualquier tipo. El propio ministro de Sanidad, Salvador Illa, se ha referido ya en varias ocasiones a los beneficios que el transporte individual presenta frente al colectivo, al menos en la primera fase del desconfinamiento.
Sin embargo, parece obvio que todos aquéllos que se desplazan en autobús, metro o tren no podrán hacerlo en su propio automóvil: primero, porque su disponibilidad no es total y, además, porque se produciría un colapso circulatorio en las ciudades y sus accesos. La solución, por tanto, pasa por la apuesta por medios alternativos como la moto, la bicicleta e incluso los patinetes, cada uno de ellos en escenarios determinados y necesidades concretas.
Las empresas de bicicletas han detectado de inmediato este viento a favor y se han lanzado a reclamar su espacio en las calles y la promoción de este vehículo como alternativa para muchas personas. Se fijan en lo que ya ha empezado a suceder en otras ciudades europeas (con mayor tradición en este sentido, todo hay que decirlo) y ejercen presión para que la bici particular se convierta en protagonista indiscutible de la movilidad que vendrá tras el Covid-19.
Resultaría gravísimo que el sector de la moto no hiciera lo propio, con similares argumentos e incluso reforzados. Centrándonos en el entorno urbano, los escúteres son vehículos más polivalentes por su mayor rendimiento, de precio contenido (algunos más baratos que muchas bicicletas, sobre todo las eléctricas tan en auge), con una mayor seguridad en el tráfico por sus prestaciones, adecuados para traslados de proximidad y con emisiones bajísimas en relación a las de un automóvil, incluso nulas en el caso de los modelos eléctricos.
Entiendo que todo esto puede sonar a evidencia gratuita, aunque por desgracia no es así. En multitud de ocasiones las motos se han visto marginadas, casi denostadas, cuando su beneficiosa aportación a la movilidad se antoja indiscutible. Por eso me preocupa que el perjuicio se repita, que las reivindicaciones urgentes no se realicen con la contundencia o efectividad necesaria, que se pierda sin argumentos la batalla frente a otras alternativas.
No se trata de relegar a ninguna de estas fórmulas de locomoción, en realidad son complementarias y deben cubrir un determinado tipo de necesidad en cada momento. En los últimos tiempos las ventas de escúteres gozaban de una excelente salud precisamente por su efectividad en unas ciudades cada vez más congestionadas y limitadas al tráfico. Y dentro de esta desgracia de proporciones bíblicas que supone la pandemia del coronavirus, me parecería imperdonable que quienes pueden contribuir a que la vuelta a la normalidad resulte más llevadera no echen el resto para conseguirlo. El tiempo dirá si realmente es así…
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