No es la primera vez que he estado al volante del nuevo Focus ST, ya tuve ocasión de probarlo en julio en el Jarama, en las 24 Horas Ford. Sin embargo aquella vez, por las características de la competición, no pude comprobar sus capacidades al máximo y, además, se trataba de la versión diésel con motor 2.0 TDCi de 185 CV.
El pasado fin de semana, con motivo de la presentación de la gama Ford Performance y como escudero de lujo del todopoderoso Mustang V8, contamos con un par de Focus ST de gasolina, uno con carrocería cinco puertas y otro Sportbreak.
Ese es el primer punto interesante del modelo: aunque las versiones “ranchera” cada vez están más conseguidas, por norma general son menos atractivas que sus congéneres. No es este el caso, y es que el músculo y la imagen deportiva ST se trasladan perfectamente al familiar y le sientan como un guante. Si, además, se trata de una unidad pintada en color rojo y llantas negras, el efecto todavía es mejor.
El que tuve entre mis manos fue el cinco puertas, un auténtico imán de miradas gracias al llamativo amarillo exterior (denominado Tangerine Scream), el kit de carrocería, los paragolpes específicos, los logos ST, la doble salida de escape central y las llantas de 18 pulgadas con cinco radios.
Pero no solo se trata de aparentar, y el Focus ST refrenda su imagen con un apartado mecánico igual de contundente. Bajo el capó monta un bloque sensiblemente más potente que el diésel, un 2.0 Ecoboost de 250 CV. Caballos suficientes para moverlo con brío, lo que consigue también en gran medida gracias a su par máximo de 360 Nm que está disponible desde las 2.000 rpm, algo que garantiza empuje en un espectro de revoluciones amplio (se mantiene hasta las 4.500 vueltas) y permite jugar con las marchas sin temer a que se quede sin fuerza.
Sin embargo, y a pesar de que todo lo previo son puntos a favor, donde realmente impresiona el Focus ST es a la hora de girar el volante. Sí, tan simple como suena: mires donde mires y lo intentes meter donde lo intentes meter, allí irá.
El trabajo de Ford al respecto ha sido increíble, heredando la suspensión trasera de su predecesor pero introduciendo nuevos muelles y amortiguadores en el eje delantero, más precisos. El resultado es una gran estabilidad y una maniobrabilidad fuera de serie, el coche enlaza curvas con una facilidad pasmosa y gracias a su dirección muy precisa y directa, afronta los giros cerrados sin problema.
A falta de la llegada del RS, el ‘hermano pequeño’ es una grandísima opción, realmente divertida de conducir e, incluso cuando salga al mercado, seguirá siendo un coche muy interesante para quien quiera caballos y una conducción alegre sin llegar a esos extremos.
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Apasionado del motor desde pequeño, primero de las motos y después de los coches, con especial predilección por los modelos nipones. Lleva una década dedicándose al sector, formado primero en Autobild y desde entonces en el Grupo Prisa, probando todo lo que haga ruido... o no.