Todo comenzó cuando Stalin quedó prendado del primer modelo de Opel Kadett presentado en 1936. Se trataba de un coche de concepción asombrosamente moderna para su época, con una carrocería monocasco, un motor de 1.073cc y una potencia de 23 CV. Pese a esa aparente poca potencia alcanza los 90 km/h con un consumo de siete litros cada 100 kilómetros.
El Kadett podía comprarse, además, como sedán o convertible y a un ajustadísimo precio que lo convirtió en un éxito de ventas. Hasta 1941, cuando Opel interrumpió su producción para centrarse totalmente en la fabricación de vehículos de combate, se habían producido un total de 107.000 unidades.
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Stalin y el Opel Kadett
Stalin decidió que quería algo similar al Kadett para la Unión Soviética; un coche moderno y económico que modernizara el parque móvil de un país en el que el automóvil todavía era un privilegio reservado a las élites del partido. Solo había un problema: la industria automovilística local era un desastre y los modelos que salían de ella, anticuados y caros incluso en términos de una economía socialista.
Las órdenes del dictador soviético fueron muy claras: hacerse con un Opel Kadett y sus planchas de fabricación, desmontarlo todo tornillo a tornillo y llevárselo a Moscú.
BMW R-71 en la URSS
No era la primera vez que la diplomacia rusa –léase el KGB– recibía instrucciones similares. A principios de 1938, por ejemplo, ya había conseguido hacer pasar a través de Suecia un par de unidades de las cotizadas motos BMW R-71 con sidecar que el ejército alemán guardaba bajo siete llaves como espina dorsal de su Blitzkrieg (‘guerra relámpago’) y que serían inmediatamente replicadas en la URSS bajo la denominación Ural M-72.
Pero una cosa eran dos motos militares y la otra un último modelo comercial de automóvil con todo su aparataje industrial… y a Stalin no le gustaba nada que le dijeran que no. En esta ocasión, sin embargo, la geopolítica quiso aliarse con los intereses soviéticos.
El pacto de no agresión
Para sorpresa de toda Europa, en verano de 1939 Berlín y Moscú iniciaron contactos para la firma de un acuerdo de no agresión –el que sería denominado pacto Ribbentrop-Molotov– y los soviéticos no desaprovecharon la ocasión para solicitar, como detalle de buena voluntad, que se les cedieran algunas unidades del nuevo Opel Kadett.
La cancillería del Reich deseaba sacar adelante el acuerdo a cualquier precio y, pese a las reticencias de la propia marca y de los militares, accedió a ello. La llegada del primer Opel Kadett se concretó a finales de 1940 y a finales del año siguiente ya aparecía la réplica soviética, el Moskvitch 400 modelo 10.
El automóvil, sin embargo, no gustó a un Stalin que montó en cólera al comprobar que los faros eran diferentes respecto al modelo alemán (y que se habían eliminado las puertas traseras). Ordenó volver a fabricarlo según el referente original.
El líder del Kremlin tendría que esperar todavía un poco más para ver satisfechos sus deseos porque el 22 de junio de 1941 Hitler puso en marcha la Operación Barbarroja e invadió la Unión Soviética. Lógicamente toda la industria de la URSS se puso, a partir de ese momento, al servicio del esfuerzo bélico.
El definitivo modelo Moskvitch 400 –este sí un clon exacto del Opel Kadett 38– tuvo que esperar hasta 1947 para empezar a rodar por las calles de Moscú, en un evento que el Kremlin hizo coincidir con la conmemoración del 500 aniversario de la fundación de la capital soviética.
El caso del Tatra T-87
Aunque la industria automovilística alemana fue –por razones obvias– la más espiada durante los convulsos años inmediatamente anteriores y posteriores a la guerra mundial, lo cierto es que también existen algunos precedentes curiosos de marcas germanas que copiaron sin ningún reparo ideas de empresas automovilísticas centroeuropeas.
Quizás el caso más significativo sea el del Tatra T-87… un plagio tan descarado de un modelo checo que el propio Adolf Hitler tuvo que intervenir para evitar una demanda millonaria a Volkswagen.
El T-87 ha sido, sin duda, uno de los coches más extraños y al mismo tiempo más revolucionarios jamás construidos. Fue diseñado en 1936 por Hans Ledwinka y Erich Übelacker siguiendo las directrices aerodinámicas de Paul Jaray, uno de los creadores de los Graf Zeppelin alemanes.
En esencia el modelo era una variante del T-77 de 1935 con un nuevo frontal; un coche casi de novela de ciencia ficción que equipaba un motor trasero V8 de 3.0 litros, capaz de entregar 85 CV y alcanzar los 160 km/h con un consumo de 12 litros a los 100 gracias a un coeficiente de penetración aerodinámica de solamente 0,24 CX que supera al de muchos coches actuales.
A Adolf Hitler el aspecto futurista del Tatra, a medio camino entre un automóvil y un aeroplano, le impresionó y se refirió explícitamente al modelo checo como “el tipo de coche que quiero ver en mis autopistas” cuando le encargó a Ferdinand Porsche el diseño del primer Volkswagen.
Por supuesto Porsche tomó buena nota de los gustos del líder nazi y de hecho admitió posteriormente “haber echado un ligero vistazo a los modelos de la fábrica de Ledwinka para inspirarse”. En realidad fue mucho más que mera inspiración; el frontal del Escarabajo era virtualmente idéntico al del T-87 y, como no podía ser de otro modo, Tatra denunció inmediatamente a Porsche por plagio.
El propio Führer intervino personalmente ante el gobierno checo para frenar la demanda que, de todos modos, quedó drásticamente zanjada cuando la Wehrmacht invadió el país en 1938. Tras la guerra, sin embargo, Tatra reabrió el proceso contra Volkswagen y en 1961 obtuvo una compensación económica de 3.000.000 de marcos alemanes.
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