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Aston Martin no quería a Bond
La figura del agente 007 está unida para siempre a su precioso Aston Martin DB5. Sin embargo, la marca no tuvo al principio ningún interés en aparecer en las películas, y el productor de James Bond contra Goldfinger se las vio y se las deseó para conseguir un coche. Una unidad, por cierto, que ya se había cedido unos meses antes –aunque pintada de rojo– para un episodio de la serie de acción El Santo (1964). Y más curioso aún resulta que Aston Martin no fue la primera elección de los productores; en las novelas originales el agente conducía un Bentley y se había contactado también con Jaguar, pero ni una ni otra quisieron prestar sus vehículos. -
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La lata de sardinas más famosa del mundo
El verde ovalado de Land Rover es uno de los logotipos automovilísticos más famosos del mundo. Lo curioso es que, según cuenta una leyenda, su origen está... ¡en una lata de sardinas! El diseñador llevaba días dándole vueltas al dibujo de la nueva marca sin ninguna idea que le gustara y decidió tomarse un descanso para comer. Al retomar el trabajo vio que la lata de sardinas recién abierta había dejado una marca ovalada en la mesa de dibujo, justo rodeando las palabras ‘Land Rover’. El conjunto funcionaba. Bastó con añadir unos trazos en forma de Z –que representan el lema de la marca, “por encima y más allá–, para que el resultado pasara a la historia. -
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El primer BMW fue un Austin
Hoy en día la Bayerische Motoren Werke (BMW) está reconocida como una de las tres marcas automovilísticas más importantes del mundo y un constructor de coches que, además, fabrica también motos. Pero BMW comenzó su andadura fabricando motocicletas: la primera (R32) la presentó en 1923, mientras que tuvo que esperar cinco años hacer lo mismo con su primer automóvil. De hecho, ni siquiera era suyo. El modelo llamado Dixi 3/15 PS no era más que una versión con licencia del British Austin Seven. El primer coche ya totalmente desarrollado por BMW, el 3/15, salió al mercado en 1929. -
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Ford no inventó la producción en cadena
Aunque la historia se lo atribuye casi sin discusión, lo cierto es que Henry Ford no inventó la producción automovilística en cadena. Ese honor corresponde a otro magnate americano, Ramson Elis Olds y a su marca Oldsmobile, que entre 1901 y 1904 ya utilizó este innovador sistema de producción para fabricar su modelo Curved Dash y sextuplicar con ello la producción anual de su pequeña factoría. Henry Ford tomo buena nota de ello aunque lo único que hizo, en realidad, fue abaratar el sistema empleando a trabajadores no cualificados y formarlos únicamente sobre la parte del proceso que les correspondía en la cadena de montaje. -
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Cuando Volkswagen fue inglesa...
Nada más acabar la Segunda Guerra Mundial los aliados comenzaron a repartirse entre ellos, en concepto de compensación por daños, lo que quedaba de la maltrecha industria alemana. En el caso de la automovilística Volkswagen fue, literalmente, regalada al Gobierno británico a coste cero... para disgusto de los representantes de la Administración británica en Alemania. La consideraban una marca muerta e imposible de resucitar, y a aconsejaron al Gobierno de su Graciosa Majestad desprenderse de inmediato de ese peso muerto. En 1949, el Estado británico devolvió con indisimulado alivio Volkswagen al gobierno de la RFA. -
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... y Jaguar, de la SS
Tras la guerra había, obviamente, tal aversión a cualquier cosa que recordara al infausto régimen de Adolf Hitler que los fabricantes de coches se esforzaban en hacer desaparecer de sus modelos cualquier reminiscencia, por anecdótica que fuera, que pudiera recordar al nacionalsocialismo. Una de las marcas que lo pasó peor en este sentido fue la que ahora conocemos como Jaguar: en 1927, cuando fue creada, se llamaba nada más y nada menos que SS Cars. Las dos ‘S’ eran las iniciales de Swallows Sidecars (la marca comenzó fabricando sidecares para motocicletas), pero pretender vender un coche con un logotipo de SS en la Europa de posguerra se antojaba complicado. Por eso Williams Lyons cambió el nombre de sus automóviles en 1945. -
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Bentley, del aire a la tierra
Walter Owen Bentley, el creador de la lujosa marca que lleva su nombre, fue también el ingeniero que desarrolló el motor del caza de combate más importante de la Primera Guerra Mundial, el Sopwith Camel, el avión que hizo ganar aquella contienda a la RAF y terminó con la leyenda del Barón Rojo. Bentley recibió por ello la medalla de la Orden del Imperio Británico y un premio de 8.000 libras, que empleó en poner en marcha en 1920 su anhelada fábrica propia de automóviles. Bentley había adquirido de su trayectoria aeronáutica un avanzado dominio del aluminio, un material ya conocido pero que se consideraba hasta la fecha demasiado caro y difícil de trabajar. Él decidió aprovechar esa experiencia y convertir ese material en el sello de identidad de sus exclusivos modelos. © Airwolfhound
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