Son cada vez más quienes ven al presidente de Ferrari como a un líder político. En un país profundamente dividido entre los que apoyan a Berlusconi y los que le detestan, la figura de Luca di Montezemolo (Bolonia, 1947) emerge como una garantía de prosperidad y moderación. Su renuncia el pasado 20 de abril a la presidencia del grupo Fiat –manteniendo la de Ferrari– a favor del joven John Elkann Agnelli, de 34 años, no ha hecho sino alimentar todavía más los rumores sobre cuál será el siguiente desafío que afrontará el líder italiano. Los medios comenzaron a especular sobre su salto a la política en octubre del pasado año, cuando dio a conocer la asociación Italia Futura. En sus propias palabras, no es el germen de un partido político sino una fundación, un foro donde discutir y proponer ideas que sirvan para mejorar la situación y el futuro de la nación.
Cuando el directivo aparece en un circuito o en un salón del automóvil, queda claro que no es un ejecutivo más. El revuelo que causa hace pensar en la llegada de un jefe de Estado o una estrella del espectáculo. Habla inglés con un marcado acento italiano que, con toda seguridad, no tiene ningún interés en camuflar. Siempre ha sido un tipo elegante y consciente de la importancia de la imagen. No obstante, la formalidad rígida no es su estilo, y con frecuencia combina sus trajes con las mismas camisas soft roll collar –con cuello blando de botones– de la marca Brooks Brothers que llevaba Giovanni Agnelli. Un directivo alemán nunca vestiría así.
El presidente de Ferrari es un líder nato, y todos los retos que ha emprendido durante su vida profesional los ha coronado con éxito. Tanto es así que algunos medios británicos le apodan Lucky Luca (Luca el Afortunado). Con 26 años ya era director de la Scuderia Ferrari. Un puesto que para cualquiera supondría la culminación de una gran carrera profesional, para él sólo fue el punto de partida. Procedente de una familia noble, estudió Leyes en Roma y después se especializó en derecho internacional en Nueva York.
Según le gusta contar a él mismo, todo comenzó en 1971, cuando aún era estudiante y un prometedor piloto de rallies. En cierto programa de radio estaban criticando duramente a Enzo Ferrari, y Montezemolo llamó para defenderle. Lo que el joven Luca no sabía es que el Commendatore estaba oyendo el programa, y quiso conocer a aquel joven con las ideas tan claras. En 1973 se convirtió en asistente de Enzo Ferrari, quien le designó como director de la Scuderia en 1974. Gracias a la conjunción de talentos como el ingeniero Mauro Forghieri y Niki Lauda ganaron el Mundial de F1 en 1975 y 1977, y después se convirtió en el jefe de comunicación del grupo Fiat.
No hay duda de que aprendió mucho durante aquellos años. Alguna vez ha declarado: “Lo mejor que puedes hacer es buscarte como segundo a alguien que sea mejor que tú”. Los hombres de confianza de Montezemolo, como Sergio Marchionne (CEO de Fiat Group), Amadeo Felisa (consejero delegado de Ferrari) o Stefano Domenicali (director de la escuderia de F1), son talentos reflexivos y discretos, todo lo contrario al tópico italiano pinturero y fanfarrón. Según sus propias palabras, nuestro protagonista quiere rodearse de gente “que tenga pelotas”. Montezemolo busca pasión y entusiasmo para sacar lo mejor de cada uno de sus subordinados, quiere que estén orgullosos de formar parte de una gran marca. Su iniciativa ha hecho posible la llamada fórmula Uomo (hombre en italiano), un conjunto de medidas encaminadas a crear las mejores condiciones posibles para los trabajadores. En la fábrica hay instalaciones iluminadas con luz natural, jardines o restaurantes donde todos comen juntos sin distinción de cargos. Tanto es así que, en sondeos realizados por varias instituciones italianas, Ferrari ha sido elegida como la mejor empresa del país para trabajar en ella.
Habla inglés con un marcado acento italiano que no tiene ningún interés en camuflar. Siempre ha sido un tipo elegante y consciente de la importancia de la imagen
También Enzo Ferrari era un maestro en la gestión de equipos, que no dudaba en sembrar discordia entre sus ingenieros para exprimir sus capacidades. Ferrari no iba a los circuitos jamás para no ver cómo se rompían sus coches, y a Luca tampoco le gusta mucho ir porque se pone muy nervioso. Y cuando ve las carreras en casa con su hijo, apenas le deja que haga preguntas…
Su retorno a Ferrari como presidente a finales de 1991, tras la muerte del fundador, supuso un momento crucial para la marca. La Scuderia llevaba desde 1979 sin ganar el Mundial y los coches de calle adolecían de una clara falta de calidad. Cuenta que, en su primera reunión con el comité de dirección, le preguntaron sobre su nuevo coche de empresa, un 348 amarillo: “¿Qué tal, fantástico?”. Y él respondió: “Yo soy un cliente. Sé bien los problemas que tiene el coche y los he apuntado en una lista”. El tiempo le ha dado la razón, porque el 348 es el modelo V8 de la marca peor valorado por los aficionados, y en cambio, su sucesor, el F355 lanzado en 1994, está considerado un deportivo extraordinario.
Otra decisión brillante fue volver a introducir en la gama un deportivo biplaza con motor V12 delantero (el 550 Maranello de 1996), si bien estaba basado en el 456 de 1992. Esto enlaza con su política de ofrecer “un Ferrari para cada ferrarista”. Unos más radicales, otros más amplios y cómodos, pero siempre con la magia, la tecnología y las prestaciones siderales que se esperan de un coche de Maranello.
En el terreno deportivo el éxito tardó más en llegar, pero cuando lo hizo fue en tromba gracias a los cinco campeonatos de Michael Schumacher (2000-2004). En 2004, cuando Montezemolo fue nombrado presidente del grupo Fiat, muchos les daban por muertos, abrumados por las pérdidas y la caída de las ventas. Pero una vez más su receta de creatividad, determinación y coraje, y la fundamental contribución de Sergio Marchionne han permitido a la multinacional reconducir la situación. Entre 2004 y 2008 ocupó además la presidencia de Confindustria, la patronal italiana.
Montezemolo se relaja de tantas responsabilidades en su casa de Capri, viendo partidos de fútbol; es seguidor de la Juventus, fue vicepresidente del equipo y también director general del Mundial de Italia de 1990. Además, disfruta montando en bicicleta o en Vespa, y con el arte contemporáneo. Como le ocurría a Enzo Ferrari y a la mayoría de los ferraristas, otra de sus debilidades son las mujeres. Suele establecer paralelismos entre un Ferrari y una hermosa dama, e incluso ha llegado a decir que el motor es el “órgano sexual” de sus coches.
Una de sus relaciones más importantes la mantuvo con Edwige Fenech, conocida por protagonizar películas eróticas en los años 70. Cuando se casó con la joven Ludovica Andreoni, en 2000, Gianni Agnelli fue su padrino y le regaló un Ferrari único: un 360 barchetta –con el parabrisas y los cristales laterales más bajos–, de color gris metalizado. Fruto de ese enlace nacieron dos hijas pequeñas que son la luz de su vida. Lleva el nombre de sus tres chicas tatuado en el antebrazo, dentro de una tortuga.
En el terreno deportivo el éxito tardó más en llegar, pero cuando lo hizo fue en tromba gracias a los cinco campeonatos de Michael Schumacher
Además, tiene otros dos hijos mayores: Matteo, de su primer matrimonio (se casó en 1975, a los 27 años) y Clementina, de su relación con la periodista Barbara Parodi. De modo que, para no hacerles de menos, tuvo que tatuarse una nueva tortuga en el otro brazo. Una de las niñas se llevó un buen susto hace dos años, cuando Massa perdió el Mundial en la última curva frente a Hamilton: nuestro protagonista no puedo controlar su rabia y rompió el televisor. Esa pasión que pone en todo alguna vez le ha jugado malas pasadas, como cuando quiso acercarse al público el año pasado en el circuito Ricardo Tormo (Valencia) y el Ferrari California que conducía quedó varado en la grava.
Su retorno a Ferrari como presidente a finales de 1991, tras la muerte del fundador, supuso un momento crucial para la marca
Montezemolo es un grande y no acabamos de verle en política, aún cuando sería positivo para su patria. Rodeado de aduladores y mediocres, soltando medias verdades en el parlamento, besando a niños en los mítines o respondiendo en televisión a preguntas tontas como: “¿sabe cuánto vale una barra de pan?”… Se presente o no, los incondicionales del automóvil ya le consideramos nuestro presidente.
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