En una época electrónica en la que la palabra ‘jugar’ se ha convertido casi en sinónimo de no apartar los ojos de una pantalla, vale la pena dejarse llevar por la nostalgia y recordar algunos de esos juguetes con los que algunas generaciones soñaron algún día convertirse en automovilistas.
Scalextric, el juego de juegos
A pesar de los avatares comerciales que lo han puesto en varias ocasiones en peligro, el slot –pues así se denomina genéricamente a las pistas de coches en miniatura– sigue en buena forma como verdadera pasión de jóvenes… y no tan jóvenes.
Más información
Aunque en 1912 ya se comercializaron en Estados Unidos algunos juegos de carreras de coches que aprovechaban los raíles de los trenes eléctricos, el nacimiento del slot como tal se data en 1957 de la mano de la británica Minimodels, que mejora un diseño anterior del ingeniero Fred Francis que permitía mover de manera remota coches metálicos en miniatura.
El Scalextric llegó a España en 1962 a través de la mítica Exin, con tres modelos que hoy son joyas de coleccionismo: el Lotus 21, el Cooper F1 y el Ferrari 156. Su precio de 1.200 pesetas lo convertía en un juguete muy exclusivo.
Autocross, el primer simulador 3D
Aunque con la tecnológica mirada de hoy se antoje casi incompresible entender el éxito del Autocross de Congost, lo cierto es que muchos niños jugaron a conducir por primera vez en su vida gracias a este minicircuito de habilidad creado en 1975 por el ingeniero Luis Congost.
Se trataba de dirigir un cochecito de plástico por una pista de obstáculos mediante un cuadro de mandos que incluía una llave con dos posiciones, un volante y un cambio de marchas de cuatro velocidades. El mecanismo era en realidad muy simple, pero permitía –dentro de las limitaciones de un juguete mecánico– bastante improvisación al conductor e incluso parar a repostar.
Los teledirigidos… pegados a un cable
En los años setenta, teledirigido quería decir “dirigido por un enorme mando pegado al coche con un cable”. Y con unas pilas que, por cierto, se agotaban al poco tiempo de apretar los botones que encendían o apagaban las luces, hacían sonar el claxon o abrían y cerraban las puertas.
El cable era siempre demasiado corto y obligaba al conductor a seguir a escasa distancia el avance de su vehículo. Las ya desaparecidas Rico y Payá fueron las dos grandes marcas que pugnaron por ofrecer las mejores y más cuidadosas réplicas. Unos modelos a gran escala que hoy alcanzan un valor considerable en el siempre dinámico mercado del juguete de coleccionista y cuyos estandartes fueron el Mercedes 450 de Payá y el autocar de Rico.
Madelman: ¡ese ‘buggy’ multiuso!
Otro rey de reyes de los juguetes setenteros: el buggy de los Madelman. Miles de niños españoles supieron qué era un buggy gracias a uno de los vehículos más anhelados del universo Madelman, creado en 1968 por Manufacturas Delgado (San Martín de la Vega, Madrid). Además de aquél, el otro gran sueño de los apasionados de Madelman fue el extraordinario Jeep.
De ambos se hicieron todo tipo de versiones –militar, espacial, safari, sanitario… ¡hasta una estrambótica edición Supermán!– con un denominador común: el realismo y la fidelidad al detalle. Estas características los convirtieron en el referente de toda una generación. Aunque la producción cesó oficialmente en 1983, se trata de uno de los clásicos más demandados por los coleccionistas.
Matchbox: Dios salve a la reina
Dos amigos abrieron en 1947 en Reino Unido una pequeña fundición de metales llamada Lesney –acrónimo de sus nombres, Leslie Smith y Rodney Smith– y contrataron a un ingeniero (Jack Odell) para dedicarse a la fabricación de piezas metálicas por encargo.
En 1953 se produjo la coronación de la Reina Isabel y Odell tuvo una brillante idea: fabricar una réplica a escala de la carroza real. El éxito fue tal que vendieron la friolera de un millón de unidades y la Lesney decidió centrarse en exclusiva en el mundo de la miniatura. Poco después, la hija de Odell pidió a su padre que fabricara algún cochecito que cupiera en una caja de cerillas y los niños pudieran llevar en el bolsillo. ¡Acababan de nacer los Machtbox!
Durante tres décadas, la calidad, resistencia y buen precio de la casa inglesa nutrió los cajones de coches en miniatura de los niños españoles.
Cochecitos VAM, la miniatura popular
Si los Machtbox representaban la aristocracia de los cochecitos de juguete, los sufridos modelos de la aragonesa VAM eran todo lo contrario. Por 5 pesetas prácticamente en cualquier quiosco del país un chaval podía comprarse un sobre con 10 de estos camioncitos, autocares o cochecitos de plástico inyectado, ruedas de quita y pon, sin cristales y capaces de aguantar todo tipo de tropelías.
Eran burdos y poco detallados, pero permitían crear un numeroso parque móvil por poco dinero e intercambiar modelos repetidos con los amigos. Eran especialmente populares sus Pegaso y el Volkswagen Escarabajo. Aún es posible encontrarlos en algunas tiendas de chucherías…
Meccano: de mayor seré mecánico
Antes de que los bloques de plástico arrasaran en los juegos de construcción, la única vía que le quedada al futuro aspirante a ingeniero automovilístico era el inmortal Meccano. El aspecto final de los coches era poco agradecido, pero ofrecía técnicas de montaje muy realistas y una resistencia proverbial.
La invención del Meccano se debe también a un británico, Frank Hornby, que ideó para sus hijos un juguete a base de tiras metálicas de las latas perforadas sobrantes de la industria cárnica en la que trabajaba. Las tiras podían unirse entre si mediante tornillos para crear pequeñas estructuras. En 1901, y ante el éxito de su ocurrencia entre sus amigos, registró la primera patente del juego con el nombre de ‘Mechanics Made Easy’ y en 1908 fundó la empresa Meccano Ltd.
Garaje Rima: mejor con ascensor
Los aparcamientos para cochecitos de juguete siguen siendo un imprescindible. En los setenta había varios modelos, pero el que triunfaba era el garaje-estación de servicio de la alavesa Rima. Realmente era una verdadera maravilla en cuanto a jugabilidad, destacando en el garaje el increíble ascensor que subía y bajaba los cochecitos de un piso a otro. En las versiones más caras funcionaba con un motorcito a pilas y en las más modestas, con una polea manual (que acababa casi siempre estropeada al salirse la cuerdecita de sus guías). En cualquier caso un niño podía pasarse horas haciendo subir y bajar una y otra vez sus cochecitos…
Sigue toda la información de EL MOTOR desde Facebook, Twitter o Instagram