Cuarenta y cuatro años después de la muerte del dictador, los coches de Franco son un libro abierto para entender ese periodo de la historia española. Lujo, comodidad, distinción, poderío. Los automóviles se convirtieron en una tarjeta de presentación para la dictadura y en una suma de pretenciosidades. ¿Por qué el Gobierno de Franco dejó de comprar los vehículos a Alemania? ¿Qué provocó que al dictador dejasen de gustarle los descapotables para sus desfiles? Todas las respuestas están aquí. Franco murió el 20 de noviembre de 1975, pero la memoria de sus coches permanece intacta.
A través de los coches oficiales comprados desde 1939 se pueden reconstruir décadas de la memoria de España. El inicio de los años cuarenta está marcado por la autarquía, los aranceles, el hambre y la pobreza. Aunque, paradójicamente, Franco entra en Madrid a bordo de un flamante Hispano-Suiza descapotable. Todo indicaba que el parque de vehículos iba a discurrir por otro lado.
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Así fue: Franco comienza a utilizar los coches oficiales como herramientas para hermanarse con sus amigos europeos y encarga a la alemana Mercedes-Benz una poderosa flota de vehículos. Son los años del auge del nazismo y de Hitler, que regaló al dictador, por su 48 cumpleaños, un monstruo descomunal de seis ruedas que sólo alcanzaba los 67 kilómetros por hora y que llegaba a consumir 38 litros a los 100. Incluso tenía una capilla portátil.
“Es un coche excepcional porque fue una serie muy limitada de 57 unidades, de las que una vino a España, otra fue a la Italia de Mussolini y otra se quedó para uso y disfrute personal de Hitler”, comenta Ignacio Bernal, coleccionista y especialista en vehículos históricos.
Pero Hitler cae en la Segunda Guerra Mundial y el franquismo comienza a mirar a Estados Unidos. Franco se autoproclama “el azote del comunismo en Europa” y luce su título a bordo de flamantes Cadillacs blindados con cristales de cuatro dedos de grosor, planchas de acero… y descapotables. Aunque esa moda cambiaría rápidamente forzada por las circunstancias.
El elegante Rolls inglés
Franco queda estupefacto cuando escucha la noticia de que han asesinado a Kennedy durante un paseo en coche por las calles de Dallas y decide no utilizar ya ese tipo de carrocerías. Corre el año 1963, la Guerra Civil comienza a quedar atrás y los tecnócratas se han hecho con el poder económico y político de España. Aunque ya había comenzado una campaña de acercamiento a Europa en la década de los cincuenta, es hora de mirar de nuevo a los vecinos cercanos con más intensidad e intentar integrarse en un continente que continúa dando la espalda a España.
Y los automóviles volverán a servir de herramienta. “La flota de coches oficiales empieza a recibir flamantes Rolls-Royce como el Phantom IV. España se hace con tres, y dos de ellos siguen hoy en funcionamiento”, comenta Luis Miguel Mata, gerente del Museo de la Historia de la Automoción de Salamanca.
Y un paso más, hasta la España de finales de los sesenta y principios de los setenta, la del desarrollismo. El régimen quiere presumir de poderío industrial, y encarga fabricar un despampanante Chrysler Imperial a Eduardo Barreiros, nombre propio de la industria automovilística española.
De Barreiros son también los Dodge Dart, cochazos de la España de los sesenta por antonomasia y protagonistas de un suceso que deja sin aliento al país en 1973, cuando el presidente del Gobierno Carrero Blanco es asesinado por ETA a bordo de su Dodge oficial.
Pero Barreiros cae en desgracia por los recelos del régimen franquista, temeroso del poderío industrial del empresario y decidido a volver a mirar hacia Estados Unidos. Los últimos vehículos comprados son Cadillacs Fleetwood, Brougham y El Dorado, al estilo de otras dictaduras.
Muchos de estos vehículos, junto a motos Harley-Davidson o el Seat 600 regalado al rey Felipe VI en 1977, son custodiados hoy por la Guardia Real, encargada de rendir honores y dar escoltas solemnes al Rey y a los miembros de su familia. En la Sala de Vehículos Históricos y de Representación, en El Pardo, se encargan de exhibirlos como las joyas que son, de mantenerlos en perfecto estado y de garantizar que su funcionamiento es óptimo en las ocasiones de máxima solemnidad.
“El Phantom IV, por ejemplo, fue utilizado por última vez el día de la proclamación del rey Felipe VI, y también sirvió como vehículo oficial el día de la proclamación de su padre, el rey Juan Carlos I”, señalan desde el Negociado de Comunicación de la Guardia Real.
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