Hay plantas que requieren tierras y abonos especiales, con componentes específicos, para poder desarrollarse en plenitud, de la misma forma que para la higiene ocular no suele utilizarse agua del grifo, sino soluciones farmacológicas como la lágrima artificial. Hay numerosos ejemplos de estas asociaciones convenientes. Pero entonces, ¿por qué hay conductores que repostan su vehículo con cualquier carburante? Una práctica, habitualmente justificada por la búsqueda de un menor coste, que supone un error de bulto.
Desde hace ya al menos una década, los motores incluyen equipos de inyección directa muy sofisticados (tanto los gasolina como los diésel), que funcionan a presiones elevadas y pulverizan cada gota de carburante para extraer el mayor rendimiento posible. Pero requieren carburantes de calidad superior, que ayuden a mantener limpio y a punto todo el sistema, desde el depósito y los conductos hasta los inyectores y filtros. Y una de las soluciones maestras son los carburantes Óptima de CEPSA.
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Los carburantes de esta compañía son el resultado de años de investigación y pruebas en laboratorio, y ofrecen propiedades avanzadas tan específicas como los nutrientes de la tierra o la composición de la lágrima artificial del ejemplo citado. Y es que con una presión de inyección superior a 2.000 bares en motores diésel (350 en gasolina), e inyectores de cinco, seis y hasta ocho orificios, el carburante llega atomizado al interior del cilindro, en forma de una nube casi etérea. Así, se mejora la mezcla con el aire y, finalmente, se consigue extraer el mismo rendimiento con menor cantidad de carburante. Pero no vale cualquiera si se quieren obtener los máximos beneficios.
Si el carburante que se reposta no es adecuado, el sistema puede empezar a no rendir como debería, e incluso a presentar fallos evidentes, como que el coche de tirones al acelerar. La obstrucción de los inyectores sería uno de los sospechosos habituales de este síntoma, y podría haberse evitado con el uso de un carburante premium. Además, esta práctica puede ahorrar dinero, porque la limpieza de un equipo de inyección no suele bajar de 90 euros, y el reemplazo de un filtro de combustible atascado, ronda los 60. De nuevo, compensa pagar el sobrecoste del carburante de calidad superior frente al convencional.
Del carburador a la inyección
El paso del carburador a la inyección marcó el primer paso adelante en la eficiencia del automóvil, porque permitía dosificar mejor cuánto carburante se introducía en el motor y reducir así el consumo. El siguiente cambio, la transformación de la inyección mecánica en electrónica, supuso otra evolución de calado, porque aumentó la precisión en la cuantía de la inyección.
Pero la gran revolución, la que ha sentado las bases para lograr la eficiencia actual, han sido los modernos sistemas de inyección directa, que empezaron aplicándose en los motores diésel a finales de los años noventa y ahora se han generalizado también entre los de gasolina, alcanzado en ambos tipos de motores una perfección milimétrica.
Si con el carburador entraba un pequeño chorro en el cilindro, con la inyección bajó ya a gotas, y con los nuevos dispositivos de alta presión, se consiguen introducir nubes atomizadas, invisibles casi al ojo humano. Por eso, utilizar un carburante de calidad superior, que esté a la altura de la sofisticación técnica del componente, ayuda a extraer el máximo rendimiento y resulta casi imprescindible.
El resultado es llamativo, porque estos equipos de inyección han logrado, sumando también los beneficios que han aportado otros avances clave de los coches (en peso, aerodinámica, transmisión, reducción de fricciones internas…), que un automóvil actual consuma hasta dos litros menos cada 100 kilómetros que el mismo modelo de hace 15 años. Siempre, eso sí, que se reposte con el carburante adecuado, como los Óptima de CEPSA.
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