Al volante con mucho viento: claves de seguridad

El viento, cuando es fuerte, afecta seriamente a la conducción. Según su intensidad, puede ser un incordio, que obligue a ir corrigiendo constantemente la trayectoria con el volante, o alcanzar cotas de peligro, porque una racha potente puede sacar un coche de la carretera.

Por ello, lo primero es informarse de cuánto viento hay en el trayecto que se tiene previsto recorrer. Y si se acerca a velocidades más propias de un huracán (90 km/h, 100 o incluso superiores) lo más prudente podría ser posponer el desplazamiento hasta que amaine.

Conducir con viento: trucos y consejos

Sin embargo, si el viaje es una cuestión de fuerza mayor, hay algunos trucos y consejos que ayudarán a minimizar los riesgos e inconvenientes asociados a este fenómeno atmosférico.

Lo primero a tener en cuenta es que el peor viento, el que más incide en el comportamiento del vehículo, es el lateral. El frontal retendrá el avance del coche y aumentará el consumo, mientras que el posterior ayudará a moverse, y ambos pueden introducir una cierta sensación de flotabilidad.

Pero la dirección más preocupante es la lateral, porque es la que puede sacar un automóvil de la carretera con mayor facilidad.

El tipo de coche, un aspecto vital

Las furgonetas y camiones están especialmente expuestos al viento lateral (y las autocaravanas), porque los costados de sus carrocerías tienen mucha superficie y también bastante altura, y la suma de ambos aspectos puede hacer que el viento les empuje con gran fuerza.

En un automóvil, en cambio, el efecto es menor, aunque todavía preocupante. Aquí, cuanto más pesado sea el coche, mejor, y cuanto más bajo, también, por lo que un turismo siempre se verá menos afectado que un SUV de tamaño parecido.

Resulta recomendable inflar con más presión los neumáticos (subirlos unas cuatro décimas, sobre el valor recomendado), porque así la cubierta se deformará menos y el coche ganará un punto de aplomo que se agradecerá a la hora de combatir el viento.

Qué hacer y qué no

Al volante, el conductor debe ir percibiendo el empuje del viento. Y como primeras medidas, si las rachas son lo suficientemente fuertes como para descolocar el coche de la trayectoria marcada, conviene reducir la velocidad y bajar también una o dos marchas para contar con mayor respuesta mecánica.

En autopista, por ejemplo, en lugar de ir en sexta a 120 km/h, sería mejor quedarse en 100 km/h en cuarta o quinta.

El protocolo de actuación es sencillo: acelerar. Y es que el hacerlo, el vehículo tiende a pegarse contra el asfalto, se gana estabilidad y el efecto del aire se reduce. También ayuda coordinar el empuje del viento y la dirección del coche, para contrarrestar la acción de desplazamiento que provocan las peores rachas.

Nunca se debe, por el contrario, rodar con el motor muy bajo de revoluciones o con los neumáticos sin la presión adecuada. Y en las curvas, no girar de más, porque si el viento empuja en la misma dirección del viraje bastará con un ángulo de dirección menor.

Túneles, puentes y camiones

Al entrar a un túnel el viento se corta, pero al salir vuelve a impactar de repente sobre el automóvil. Y esta es una de las situaciones en las que hay que manejar la dirección con habilidad para que al coche le afecte el impulso del aire lo menos posible.

Adelantar a un camión grande suele producir el mismo efecto, por lo que también convendría estar especialmente atento en ese momento, e incluso al cruzar uno de esos puentes gigantes que salvan valles enormes, porque es otro escenario donde el viento suele soplar con mayor intensidad.