Las altas temperaturas representan un riesgo significativo para los conductores, al comprometer su estado psicofísico y acelerar la fatiga. Esta combinación puede convertir la conducción en una actividad peligrosa, comparable, en ciertos casos, a hacerlo bajo los efectos del alcohol.
La Dirección General de Tráfico (DGT) recomienda mantener la temperatura interior del vehículo entre 21 y 24 grados para garantizar la seguridad y el confort. Superar este umbral puede reducir notablemente las capacidades del conductor.
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El calor extremo deteriora el estado psicofísico del conductor y acelera la aparición del cansancio, lo que se traduce en una mayor somnolencia y un incremento en el tiempo de reacción ante imprevistos.
A modo de ejemplo, a 90 km/h y con altas temperaturas, un conductor puede tardar en frenar hasta 41 metros. En condiciones óptimas, esa distancia se reduce a 16 metros. Además, pueden aparecer síntomas como irritabilidad, calambres o dificultades para transpirar.
Conducir a más de 30 y 35 grados
La Fundación del Comisariado Europeo del Automóvil (CEA) ha difundido estudios alemanes que revelan que, a 30 grados en el habitáculo, los efectos son similares a una tasa de alcohol de 0,29 g/l. Entre las consecuencias observadas destacan:
- Un aumento del 20% en los errores al volante.
- Un 22% más de tiempo de reacción.
- Una pérdida del 10% en la atención.
- Un 10% de señales de tráfico no percibidas.
Si la temperatura interior supera los 30-35 grados, el conductor puede reaccionar un 20% más lento que a 25 grados. En este contexto, los efectos se asemejan a una alcoholemia de 0,5 g/l, el límite legal establecido por la DGT (equivalente a 0,25 mg/l en aire espirado).
Cabe destacar que un conductor deshidratado puede cometer errores similares a los de una persona con 0,8 g/l de alcohol en sangre: desvíos involuntarios, menor tiempo de reacción y dificultades para mantener el vehículo dentro del carril.

Más accidentes
Según Fesvial, las altas temperaturas pueden aumentar entre un 15 y un 25% el riesgo de sufrir un accidente de tráfico, debido a su impacto en las capacidades del conductor.
El calor extremo altera la función psicomotora, deteriora la coordinación y modifica el procesamiento de la información. Además, reduce el nivel de atención y la capacidad de respuesta ante estímulos.
A ello se suma una falsa sensación de seguridad, dificultades para seguir objetos en movimiento y una reducción del campo visual, factores que incrementan el peligro al volante.
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