La próxima ‘plaga’ del automóvil viene de China

No resulta fácil entender qué ha llevado al gigante asiático a acelerar una ofensiva medioambiental que está obligando a cerrar o reducir la actividad de muchas industrias.

china automóvil
Una línea de montaje de coches en una fábrica china.

Hasta ahora, el culto al dinero de la gran economía asiática se había impuesto a cualquier otro aspecto de carácter más o menos social o humanitario, incluso en grandes urbes donde sus habitantes pasan meses sin ver el sol, y no por climatologías adversas, sino porque lo impide la contaminación. Pero lo cierto es que los 27 gobiernos locales, el equivalente a las comunidades autónomas, se han lanzado a una carrera por cumplir sus objetivos de reducción de emisiones que está afectando a la producción industrial.

“Parece que China tiene un objetivo claro a muy corto plazo, que el cielo sea absolutamente azul en los Juegos Olímpicos de Invierno de febrero en Pekin”, señalaba la agencia Bloomberg. Ese es el empeño ahora, como ya hicieron en la visita de Obama a finales de 2009, aunque sea a costa de cerrar varias centrales térmicas de producción de electricidad con carbón.

La realidad es que la campaña para reducir las emisiones está limitando la producción de electricidad, que en China se genera en un 72% con carbón, y afecta a su vez a la fabricación de muchos materiales y componentes que son claves para el automóvil. «China se enfrenta a una crisis energética sin precedentes», asegura Alicia García Herrero, economista jefe del banco de inversión Natixis para Asia-Pacífico. Y un equipo de economistas del banco japonés Nomura lo corrobora: “Las autoridades han empezado a imponer un racionamiento de la energía que amenaza con tensionar aún más las cadenas de suministro globales y generar escasez de todo”. 

La situación se complica aún más si tenemos en cuenta que el 45% de las 30 materias primas críticas viene de China. Así que lo que se atisba ya es que podemos estar ante una crisis mundial de suministro. 

Se disparan el acero, el cobre y el aluminio. 

De momento, los precios del acero y el aluminio, que exigen un uso intensivo de electricidad, están disparados, y ambos son imprescindibles para la fabricación de vehículos. En el caso del primero, el 50% de la producción mundial viene de China. Y como con el cierre de factorías motivado por esta transición ecológica está perdiendo volumen, el Gobierno ha reducido los aranceles a su importación para compensarlo. El resultado es un aumento del 4% en la demanda mundial de acero en 2021 que ha provocado una fuerte subida de precios, con puntas del 300% en el último año. 

El fenómeno se repite con el cobre, otro metal esencial para la generación, transporte y almacenamiento de energía, así como para la producción de chips, electrónica, movilidad eléctrica y otras actividades directamente relacionadas con la automoción. La producción cayó un 20% en 2020 por la pandemia. Y la falta de stock en China y EE UU ha disparado un 30% su precio según Bloomberg, desde 3,03 dólares a 4,12 entre septiembre de 2020 y el mismo mes de 2021.  

La situación del magnesio, imprescindible para la producción del aluminio y sus diferentes aleaciones, muy demandados en el automóvil, es aún más preocupante. De entrada, el 87% de la producción mundial y el 90% del que necesita la Unión Europea viene de China, y el 35% de todo ese volumen se destina a fabricar chapa para automoción.

El problema añadido es que la mayoría se produce en Yulin, en la provincia de Shaanxi, una de las zonas donde las autoridades están recortando más la generación de electricidad para cumplir sus objetivos ambientales. Y eso afectará directamente a las fundiciones de magnesio, porque es un producto electrointensivo: de 35 a 40 megavatios/hora (MWh) por tonelada producida. Además, apenas se puede almacenar, porque se oxida en tres meses. 

Y de postre los contenedores. 

Si a la escasez de oferta de estas materias primas le unimos el cuello de botella que se ha generado en los puertos, las navieras y la falta de contenedores, tendremos la guinda que le faltaba a este peligroso postre pospandémico de las materias primas. Según el índice de fletes marítimos de Shangai, mover un contenedor de 20 pies de China a Europa ha pasado de costar menos de 1.000 dólares en febrero de 2020 a superar los 3.700 este verano. Y el incremento de precio del transporte marítimo en total puede estar ya entre el 250% y el 275%. 

A largo plazo es cierto que esta escalada de precios puede motivar una deslocalización de la producción en China hacia zonas más cercanas a donde se genera la demanda de los productos. Pero a corto e incluso medio plazo, se están reuniendo todos los ingredientes para que se forme otra tormenta perfecta a nivel global. Y el automóvil, por el elevado número de componentes que reúne y su alto nivel de globalización, es uno de los sectores más expuestos a cualquier carencia de suministro.

Porque la historia se repite, y tanto la falta de oferta como el exceso de demanda van acompañados siempre del mismo apellido: subida exponencial de precios. Y el resultado final es también recurrente y acaba con la victoria del mejor postor. Así que podemos estar a las puertas de una nueva crisis de materias primas que estrangule la producción de todo tipo de bienes, desde los más elementales a los más sofisticados, pero con una incidencia agudizada en la automoción. 

¿Tenemos ya la próxima plaga del automóvil en el horizonte? 

De momento los hechos y las previsiones así lo anuncian. Y sus consecuencias se pueden ver ya. Estas son algunas de las más previsibles:

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