Los discos de freno son un componente vital en la seguridad. Junto con las pastillas, son los encargados de soportar el rozamiento necesario para detener el vehículo y su desgaste o mal funcionamiento entrañan grandes riesgos para la conducción.
En la actualidad, casi todos los sistemas de frenos de los vehículos llevan discos como elemento de fricción, salvo los coches más antiguos y algunos de los nuevos que, en el eje trasero, siguen recurriendo a los frenos de tambor tradicionales.
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Para entender cómo funciona un freno de disco, hay que saber que el disco va montado de forma solidaria en el buje de la rueda y gira con esta durante la marcha. Además, el sistema de frenado se completa con otros dos elementos: la pinza y las pastillas, que son las que actúan directamente sobre los discos para detener las ruedas.
ABS obligatorio
Cuando se pisa el freno, un mecanismo generalmente hidráulico se encarga de transmitir presión a las pinzas para aproximar las pastillas entre sí y que estas entren en contacto con el disco en mayor o menor medida según la fuerza con la que se presione el pedal.
Desde 2003, es obligatorio que este circuito de frenado disponga además de un sistema de antibloqueo de frenos (ABS). Un dispositivo electrónico clave que, en los últimos años, ha salvado millones de vidas.
El cambio de pastillas de freno, compuestas generalmente de metal y cerámica, es una operación corriente de mantenimiento que por lo general se realiza cada 30.000 o 40.000 kilómetros cuando su espesor ha disminuido hasta el límite tolerable indicado por el fabricante.
Factores que aumentan el desgaste
Sin embargo, los discos, que se suelen fabricar en fundición o acero inoxidable, duran aproximadamente el doble y alcanzan normalmente entre 60.000 y 80.000 kilómetros de vida útil antes de tener que ser sustituidos. Asimismo, según el modelo de automóvil, los discos pueden ser macizos o autoventilados, que disponen de unas perforaciones que ayudan a evacuar el calor de la fricción y son más caros.
Al igual que en el caso de las pastillas, el desgaste de los discos depende de diversos factores como el peso del vehículo, sus prestaciones o la orografía del terreno por donde se desplace habitualmente. Por ejemplo, los discos (y las pastillas) se desgastarán más si se circula por carreteras con desniveles y muchas curvas o por la ciudad, con detenciones constantes.
Ruidos sospechosos
El desgaste de los discos puede intuirse si se constata una pérdida de eficacia en la frenada o bien por la aparición de ruidos de rozamiento al actuar sobre el pedal. Y, en los coches más modernos, también porque se enciende el aviso de un testigo del cuadro de instrumentos que avisa de una anomalía mecánica que requiere su revisión en el taller. Pero por lo general, un disco se considera desgastado y necesita ser sustituido cuando ha perdido del 10% al 15% de su espesor.
También hay que tener en cuenta que no solamente el desgaste puede deteriorar los discos, el calor o un impacto fortuito pueden deformarlos (alabeo) o incluso fisurarlos, perjudicando la frenada y creando una situación de peligro que se debe solucionar de forma urgente.
Los principales síntomas de que los discos de freno están desgastados o dañados suelen ser la pérdida de consistencia del pedal o un tacto más duro del normal, vibraciones al frenar, aparición de chirridos y ruidos de rozamiento, un aumento en las distancias de frenado o un persistente olor a quemado.
Mejor en un taller
Los discos siempre hay que cambiarlos por pares, es decir, en ambas ruedas del mismo eje y cuando se montan los nuevos, también es imperativo sustituir las pastillas correspondientes. Y mientras que en algunos modelos de coche los mismos discos sirven para las ruedas delanteras y las traseras, en otros son diferentes y habrá que verificarlo según las especificaciones del vehículo.
Por esto mismo y por la trascendencia que tiene esta reparación en la seguridad, es aconsejable que siempre se realice en un taller cualificado. Y después del cambio, el conductor deberá realizar un rodaje de los nuevos discos, con frenadas muy suaves en los primeros kilómetros para posteriormente ir aumentando gradualmente su intensidad.
La finalidad de hacerlo así es que las superficies de rozamiento de las pastillas y los discos se vayan asentando uniformemente y que las superficies que entran en contacto se vayan desgastando de una forma regular y sin sobrecalentamientos que pudieran llegar a cristalizar el compuesto de las pastillas anulando su poder de retención.
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