Tener dinero para comprar coches de ensueño no significa tener buen gusto para elegirlos. No es el caso de Fernando Alonso, que puede presumir de contar con dos cosas: una economía más que saneada y un exquisito estilo para elegir los vehículos que integran su garaje.
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El piloto asturiano ha sido visto por las calles de Mónaco conduciendo un Ferrari 512 TR, que llegó a principios de los años noventa como el sustituto evolucionado del Ferrari Testarossa.
Con este modelo, en Maranello volvieron a usar números para bautizar a sus modelos: el cinco hace referencia a la cilindrada del motor, expresada en litros, y el 12 al número de cilindros. TR es una abreviatura de Testarossa.
La conexión entre el 512 TR y el Testarossa
Con los retoques exteriores buscaron mejorar la aerodinámica del Ferrari 512 TR. Las principales diferencias respecto a su antecesor se aprecian en el morro, en el diseño de las rejillas del capó, en las llantas y en la zaga.
Hay, también, una pequeña diferencia en el perfil del panel que hay entre los dos pilares traseros. En el 512 TR es plano y fluye directamente hacia el techo, mientras que el Testarossa tenía un escalón y las rejillas negras perforadas de salida de aire.
Los cambios en el interior del Ferrari 512 TR fueron diseñados para incrementar el confort y la ergonomía. Retocaron los asientos, el diseño del volante y otros detalles del acabado. El plato fuerte de las novedades llegó de la mano del apartado mecánico con las modificaciones en el motor y la caja de cambios.
Un V12 con 428 CV
La ubicación del motor (un V12 atmosférico) y la transmisión en el chasis se bajó 30 milímetros para rebajar el centro de gravedad, mejorar la estabilidad y el agarre y reducir el balanceo. La potencia aumentó en 38 CV hasta los 428 CV y el par motor también se incrementó hasta los 491 Nm a 5500 rpm.
La transmisión manual de cinco velocidades, por su parte, ganó un tacto más agradable y más preciso. Con esta configuración, el Ferrari 512 TR pasaba de 0 a 100 km/h en 4,8 segundos y alcanzaba una velocidad máxima de 313,8 km/h.
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Desde que aprendió a hablar y escribir, una de sus pasiones siempre fue contar todo lo que pasaba a su alrededor. Hizo las maletas y cambió Zaragoza por Madrid para estudiar Periodismo en la Universidad Complutense. Antes de graduarse, el mundo del motor se cruzó en su camino… y nunca lo ha abandonado.
