Son magnéticos los superdeportivos. Es casi imposible toparse con uno y no sentirse atraído. Incluso si no se lo ve, si solo se oye rugir a lo lejos esos cientos de caballos de potencia, acaparan la atención al menos un instante. Son obras de arte del diseño y la ingeniería. Cada milímetro de su chasis está pensado para impedir que el viento le quite una milésima de segundo a la marcha. Cada interior está ideado para que el conductor se sienta único.
Cuando se exponen en históricos salones como el de Ginebra, dejan boquiabiertos a los más duros críticos del motor. Fue en esa misma ciudad suiza donde hace unos años pude admirar desde un paso de cebra un Bugatti Veyron por primera vez. Casi me atropellan cuando el semáforo se puso verde y yo seguía en medio de la calle de pie, hipnotizado por esa parrilla mítica.
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El segmento de los supercoches es además el único dentro de los más reconocidos que aún alberga empresas artesanales como la italiana Pagani o la sueca Koenigsegg con otras medianas como McLaren o Spyker y grandes como Ferrari o Lamborghini, asociadas a grupos automovilísticos internacionales como Fiat Chrysler y Volkswagen, respectivamente.
Y justamente de esta última marca italiana fue el coche que logró el precio más alto en una subasta pública entre finales de 2019 y este año. Se trató de un Lamborghini Veneno Roadster de 2014 con apenas 325 kilómetros de rodaje. El modelo, basado en el Aventador y creado para conmemorar el 50º aniversario de la marca, fue presentado en el Salón de Ginebra de 2013 a un precio de cuatro millones de dólares (unos 3,3 millones de euros).
Esta vez, un afortunado pagó por este bólido algo más de 8,3 millones (unos 6,8 millones de euros). Solo se construyeron nueve Veneno y este fue el primero que salió a la venta, y no precisamente por deseo de su dueño. El vehículo había sido confiscado por la Justicia suiza a Teodoro Nguema Obiang, alias Teodorín, el hijo del dictador ecuatoguineano, junto con otros 25 coches de lujo en una causa por lavado de dinero y apropiación indebida de bienes públicos. El dinero recaudado se destinó a fines benéficos.
Nuevos favoritos
Junto con el preciado Lamborghini, también alcanzó una buena cifra de venta otro de los coches de Teodorín, un Koenigsegg One:1 de 2015 con solo 597 kilómetros. El modelo, del cual solo se hicieron seis, se subastó por casi 4,3 millones de dólares (3,5 millones de euros) y fue el sexto más caro según la lista publicada por el reconocido Classic Car Auction Yearbook 2019-2020 editado por Historica Selecta, que recoge todas las ventas de 12 meses empezando desde cada septiembre.
Detrás de estas dos marcas de superdeportivos –que se colaron por primera vez entre los diez más cotizados desde que se publica el mencionado libro hace 25 años–, superaron los dos millones de dólares (1,6 millones de euros) dos Ferrari (Enzo de 2003 y LaFerrari de 2015), y el millón (unos 820.000 euros), algunas maravillas del diseño como un Lamborghini Reventón Roadster de 2010, un Aston Martin One-77 de 2011, un Porsche 918 Spyder de 2015, un Bugatti Veyron 16,4 de 2010 y un McLaren P1 de 2014, entre otros.
Esta subasta realizada por Bonhams en Chéserex (Suiza) abrió sin pretenderlo el apetito de los coleccionistas por los catalogados como “modelos contemporáneos” –fabricados a partir de 2000– y, dentro de este segmento, por los superdeportivos.
Esa tendencia se reforzó unos meses después con otra subasta, la organizada por Sotheby’s en Abu Dabi en paralelo con el Gran Premio de F1 de los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Allí se vendió el tercer coche más valorado de la temporada, un Pagani Zonda Aether de 2017 con 1.400 kilómetros, cuyo valor superó los 6,8 millones de dólares (5,6 millones de euros). Hacía siete años que un Pagani no salía a subasta abierta y este Zonda, uno de los últimos de su especie, tenía todas las papeletas para deslumbrar a los compradores. Tanto es así que su precio superó con creces al de un Ferrari FXX-K de 2015 (3,5 millones de eudos) y dejó muy atrás a dos McLaren GTR: un P1 de 2016 y un Senna de 2019.
Del póster al garaje
El interés por los superdeportivos ha ido creciendo a lo largo de los últimos años a raíz de un lógico cambio generacional en los coleccionistas. “Muchos adolescentes que hasta hace unos años tenían en sus habitaciones pósteres de supercoches hoy son prósperos emprendedores o financieros con recursos para hacer realidad su sueño. Y no solo hablamos de nuevos ricos de EE UU, sino también de la India y el sureste asiático”, explica Paul Gaucher, experto de la casa Bonhams. “El 40% de nuestros compradores de los últimos meses son nuevos y más geográficamente diversos que nunca”, refrendó el presidente de RM Sotheby’s, Kenneth Ahn, en su análisis para el anuario de Historica Selecta.
Aparte de cumplir un sueño, estos nuevos coleccionistas no compran los coches para tenerlos en exhibición, sino para sentir placer al volante. El problema es que, si ya conducir un clásico no es sencillo para alguien acostumbrado a los coches más modernos, un supercoche de más de 30 años puede ser hasta peligroso.
Por eso, para aquellos que buscan una conducción relativamente fácil y segura sin renunciar a la adrenalina, un deportivo fabricado después de 2000 es una buena elección. Eso o un clásico restaurado y modernizado, uno de esos restomod tan populares en el mercado estadounidense que por fuera suelen mantener sus líneas originales, pero por dentro están equipados con las últimas tecnologías del motor. La pega de estos coches es que pierden su originalidad y que en muchos países, sobre todo en Europa, es difícil o imposible homologarlos para que circulen.
Tras un arranque alentador de la temporada de subastas de clásicos después del verano de 2019, a principios de 2020 el sector se vio, como todos, afectado por las restricciones a raíz de la pandemia. Para febrero ya se habían cancelado todas las grandes citas del negocio a ambos lados del Atlántico. Las casas de subasta tuvieron entonces que hacer lo mismo que la mayoría de las otras industrias: volcarse a las ventas online o, como mucho, hacer algunas operaciones “a puerta cerrada”.
Las ventas a distancia supusieron una ventaja competitiva para el segmento de “coches contemporáneos”, puesto que, como suelen proceder de un solo dueño y tener pocos kilómetros, es menos arriesgado adquirirlos solo viendo fotos y vídeos. En cambio, valorar cualquier otro tipo de vehículo histórico, ya sea de preguerra, vintage, clásico o moderno, a través de imágenes es poco recomendable.
Experiencia sensorial
“A un coche clásico del siglo XX hay que observarlo de pie a cierta distancia para apreciar sus líneas, la calidad de su pintura y sus cromados. Hay que tocarlo, abrir y cerrar sus puertas para ver si encajan correctamente, acariciar el tapizado para sentir su calidad y oír el motor”, explican Adolfo Orsi y Raffaele Gazzi, autores del Classic Car Auction Yearbook. Obviamente, la pandemia hizo imposible esta experiencia sensorial que exige el mercado de los coches clásicos y el resultado fue el peor año desde la Gran Recesión, con un retroceso del 27% en el volumen de negocio respecto al periodo 2018-2019.
Para revertir el fiasco, no hubo más remedio que elevar la oferta telemática. La firma Gooding & Company de Santa Mónica, por ejemplo, puso en marcha Geared Online, una plataforma de subastas que se celebra solo a través de su web y de una app para pujar. La primera venta se celebró a principios de agosto pasado y se ofertaron modelos cuidadosamente escogidos por los expertos de la empresa para dar confianza a los inversores. El evento se consideró un éxito y, aunque vuelvan las ventas presenciales, Geared Online seguirá celebrándose.
Otro formato que creció durante la pandemia fue el de las subastas a “puerta cerrada” y una de las más destacadas fue la Quail Motorcar Auction que Bonhams celebró en el Petersen Museum de Los Ángeles en sustitución de la cita anual de Monterey, una de las más importantes del sector. Las pujas se permitieron solo online o vía telefónica.
El segundo coche mejor pagado (1,75 millones de dólares; 1,4 millones de euros) fue un Bugatti Veyron 16.4 Grand Sport Vitesse Meo Costantini. Sin embargo, se quedaron sin vender un Bugatti Chiron de 2018 y un Lamborghini Centenario Coupé de 2017, uno de los 20 producidos. Desiertos también se quedaron algunos lotes ofrecidos de forma presencial y con todas las medidas de seguridad sanitarias a finales de julio por la casa francesa Artcurial en Mónaco. De estos destacaba un Pagani Huayra Roadster de 2019 y varios Ferrari, entre ellos dos 488 Pista de 2019.
A pesar de la falta de compradores, los vendedores de estos modelos no tienen mucho de qué preocuparse puesto que los vehículos de series limitadas tienden a aumentar su valor. Si no, que se lo digan a los diseñadores Steve Saleen y Phil Frank, cuyo modelo Saleen S7 LM de 2007 fue subastado online el pasado noviembre y alcanzó una cotización de 1,2 millones de dólares (unos 985.000 euros), todo un récord para un superbólido de origen estadounidense.
El S7 LM fue el primer vehículo patentado y producido por Saleen Automotive, una firma que pasó de los circuitos de carreras a los superdeportivos de calle (legales) y que ya está entre los nuevos valores de los fabricantes de supercoches. Otros que están dando que hablar son el también estadounidense Hennessey, el danés Zenvo, el británico Noble o el libanés W Motors, el primero de su tipo en Oriente Próximo, que dio a conocer su modelo Lykan HyperSport a través de la película Fast and Furious 7, vídeos musicales y videojuegos.
Como concluye un estudio de la firma aseguradora de clásicos británica Hagerty, cuyos índices y estadísticas son de referencia en el sector, el concepto de qué es coleccionable está cambiando y los nuevos compradores mileniales son los que van a redefinir el mercado de los clásicos.
Entre sus gustos destacan los superdeportivos fabricados a lo largo de un periodo que va desde los noventa hasta hoy, y que abarca desde bólidos de precios astronómicos hasta modelos que, sin ser baratos, son accesibles para un mayor número de compradores: Aston Martin DBS, Ferrari Luso, Lexus LFA, Ford GT, Alfa Romeo 8C Spyder, Mercedes-Benz SLR McLaren, Porsche 911 GT3…
Muchas son las diferencias que separan a los futuros coleccionistas de la generación de los baby-boomers que catapultó el mercado de los clásicos construidos entre los años cincuenta y setenta, pero los une lo más importante: la pasión. Quien compra un clásico de ayer o de hoy suele hacerlo porque ese coche le apasiona o le trae gratos recuerdos. Si lo hace solo para especular, visto lo visto durante la pandemia, tiene muchas probabilidades de salir perdiendo.
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